En el siglo XVIII, el famoso escritor y político francés Montesquieu pronunció una de sus frases más celebres.
"Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento"
Probablemente, los vecinos y vecinas de la localidad de Puerto Hurraco, en la comarca de la Serena, estén completamente de acuerdo con esta afirmación.
Sin duda alguna, en esta localidad, ocurrieron uno de los mayores crímenes que se recuerdan en la crónica negra española, y parece que nadie ha olvidado lo sucedido aquella noche de 1990, aunque la historia ya se había iniciado años atrás.
Para situarnos en el contexto de la historia, Puerto Hurraco es una pequeña localidad perteneciente a la provincia de Badajoz. Integrada en la comarca de la Serena, unas tierras que se dieron a conocer por Calderón de la Barca en "El alcalde de Zalamea". La gigantesca estepa que cubre esta superficie de terreno ha sido utilizada desde el neolítico para la cría de ganado y la agricultura, que da trabajo a la mayor parte de los habitantes que viven en sus numerosos pueblos.
A caballo entre Ciudad Real y Badajoz capital, pero sin ningún núcleo importante cerca, no mentiríamos si dijéramos que estamos "en mitad de ninguna parte". La falta de oportunidades, y las deficientes coberturas en salud, educación y transporte, hacen de la Serena una candidata a ir perdiendo población hasta quedar prácticamente vacía. Además, la población que trabajó el campo durante décadas va envejeciendo, sin tener un claro relevo generacional. Así pues, sin remisión, Puerto Hurraco engrosa ya las listas de lo que hoy se conoce como "la España vaciada".
Pero no siempre fue así. En los años 60, la actividad agraria vivía una de sus épocas doradas. La mayor parte de los habitantes dedicaban sus esfuerzos al sector primario, y la economía familiar se basaba casi en la subsistencia. En este contexto, los terrenos debían ser vigilados y defendidos, puesto que se corría el riesgo de padecer penurias extremas en caso de perder las cosechas o los animales.
En Puerto Hurraco, como en el resto de localidades españolas, el enfrentamiento entre vecinos por temas de lindes o robos estaba a la orden del día. En el año 1967, dos familias del pueblo comienzan una historia de odio visceral. Los apellidos Cabanillas e Izquierdo comienzan una lucha a muerte tras entrar los supuestamente primeros en las tierras de los segundos.
Como era lógico en aquella época, si algún miembro del apellido era visto como el enemigo, toda la familia debía considerarse con el mismo estatus. Evidentemente, en pequeños pueblos como es el caso, la situación empeoraba significativamente, ya que muchos de los vecinos estaban ligados a una familia, incluso se mezclaban con la familia rival con el paso de las generaciones.
Por si fuera poco, y en paralelo al conflicto de las tierras, uno de los Cabanillas seduce a una de las integrantes de la familia Izquierdo llamada Luciana, y en el momento formalizar la relación, este se niega rotundamente, provocando una situación que acabaría con la muerte de Amadeo Cabanillas, a manos de Jerónimo, el mayor de los hermanos Izquierdo, que lo culpaba de haber humillado a Luciana.
Debido al ensañamiento con el que Jerónimo Izquierdo apuñaló a su víctima, es condenado a 14 años de cárcel por los hechos ocurridos.
El pueblo, de unos 100 habitantes, ya no volvería a ser el mismo, siendo testigo de las reyertas entre los Izquierdo (conocidos como lo "patas pelás") y los Cabanillas ("Amadeos").
Durante años, la calma tensa convive con los quehaceres diarios en la villa, hasta que en octubre de 1984, el domicilio de los Izquierdo arde, calcinando a la matriarca, Isabel Izquierdo.
Desde aquel momento, los "patas pelás" culparon siempre a los Cabanillas de aquel acto, sugiriendo que el incendio fue provocado por ellos. Según cuentan algunos testigos de la época, las hijas, en lugar de sacar a su madre del incendio, se dedicaron a sacar electrodomésticos y enseres del interior de la vivienda mientras esta ardía, demostrando una actitud cuanto menos, extraña.
Al año siguiente, el hermano Izquierdo, que había asesinado anteriormente a Amadeo Cabanillas, sale de la cárcel, y alentado por su familia, fija sus ojos homicidas en la figura de Antonio, hermano de Amadeo, y trata de acabar con él atacándolo con un cuchillo. Esta vez, el ataque es infructuoso y Antonio consigue recuperarse de sus graves heridas.
Por este hecho, Jerónimo Izquierdo, vuelve a la cárcel (esta vez a un módulo psiquiátrico), donde muere 9 días después.
Debido a los acontecimientos, y viendo su casa destruida, los cuatro hermanos Izquierdo que quedaban se repliegan en bloque abandonando el pueblo, trasladándose a la localidad vecina de Monterrubio de la Serena, a escasos kilómetros de su pueblo natal. El grupo familiar estaba formado por dos varones (Antonio y Emilio) y dos mujeres (Ángela y Luciana) .
Durante varios años, los "patas pelás" continúan alimentando y aumentando su odio hacia los habitantes de Puerto Hurraco, lo que les hace caer en conductas plenamente paranoicas. Según cuentan sus allegados, vivían sin luz, ya que el zumbido constante del transformador les hacía la vida imposible. Como no podía ser de otra manera, todos sus males eran provocados por sus ex-vecinos, que solo les deseaban el mal.
La rabia y el odio acumulados, explotaron la tarde del 26 de agosto de 1990. Emilio y Antonio, que superaban ya los cincuenta años de edad, salen al atardecer de su casa en Monterrubio, despidiéndose de sus hermanas, aduciendo a que aquella tarde iban a "cazar tórtolas".
Tras ocultar su Land Rover en las cercanías Puerto Hurraco, esperaron a que fuera completamente de noche. Cuando la oscuridad ocultaba ya sus rostros, entraron en el pueblo por un callejón que accedía a una de las calles principales armados con sus escopetas.
Dado que era una noche de verano, el pueblo se encontraba lleno de vecinos, que tomaban el fresco en la puerta de sus domicilios con improvisadas mesas y sillas que sacaban de sus propiedades. Los "patas pelas" comenzaron a disparar a todo aquel que se cruzó en su camino.
Las primeras víctimas, unas niñas de la familia Cabanillas, yacían en el suelo mientras los hermanos Izquierdo echaban mano de sus cananas recargando sin cesar sus armas y disparando sus postas. Esta munición, no admitida en muchas ocasiones por su elevada peligrosidad, posee la cualidad de dispersarse, causando graves daños en trayectorias poco habituales.
Cuanto más avanzaban los hermanos, mayor era su grado de destrucción. En un momento dado, llegaron a disparar a los ocupantes de los coches que trataban de huir o simplemente intentaban llevar a los heridos al hospital. El tiroteo fue tan continuado y severo, que incluso a la guardia civil le dio tiempo a responder a los avisos de lo que estaba sucediendo en Puerto Hurraco. Sin embargo, a su llegada a la villa, fueron recibidos a tiros por los asaltantes forzando su retirada.
Con las primeras luces del alba, el panorama es desolador. Las calles aparecen regadas con sangre y siete cuerpos permanecen inertes en ellas. Además, otros tantos heridos tratan de ser socorridos por los propios vecinos. Los hermanos Izquierdo han desaparecido, y se teme que estén al acecho esperando realizar nuevos disparos.
Cuando llega el numeroso convoy de la Guardia Civil (unos 200 efectivos), comienza una exhaustiva búsqueda por el pueblo y por los alrededores, hasta que, a mediodía, detienen a los Izquierdo escondidos entre unos arbustos, a escasos metros de distancia el uno del otro.
Mientras los hermanos son conducidos a dependencias policiales, el pueblo trata de superar su estado de shock y comienza el recuento de víctimas. En total, son 9 los muertos, y 12 los heridos.
Entre el balance de fallecidos, se encontraban cuatro menores, incluidas dos hijas de Antonio Cabanillas. Las menores, simplemente se hallaban jugando en la calle mientras que los Izquierdo iban en busca de su padre, el objetivo principal.
La investigación poco iba a esclarecer sobre lo sucedido, puesto que el móvil del crimen estaba más que claro. De hecho, Antonio Izquierdo pronunció una contundente frase durante su detención:
"Que el pueblo sufra lo que yo he sufrido"
A pesar de que los culpables estaban identificados, las primeras voces autorizadas comenzaron a señalar a las hermanas Izquierdo como parte de la trama. Tras este hecho, varias patrullas se trasladaron al domicilio de los "patas pelás" en Monterrubio, encontrando la casa completamente vacía.
Este hecho fue uno de los más surrealistas protagonizado por ellas, ya que cuatro días después, y tras no haber conseguido audiencia con el alto cargo socialista, las Izquierdo volvían a su tierra en un tren, pero esa vez acompañadas por la prensa. Esta situación, que se tradujo en una especie de entrevista forzada, mostró imágenes que quedarían en el recuerdo de una generación entera de españoles.
En la propia entrevista improvisada, las dos hermanas gemían y lloraban proclamando su inocencia, reiterando que eran muy creyentes y devotas.
En Puerto Hurraco, las familias destrozadas procedieron a enterrar a sus muertos, tratando de restaurar de nuevo una normalidad que se antojaba imposible.
El acompañamiento de los féretros desde el pueblo hasta el cementerio, fue realizado entre fuertes medidas de seguridad, ya que los hermanos Izquierdo, ya detenidos, reconocieron sus intenciones de esperar a ese momento para volver a la acción, asesinando a los que habían dejado con vida. Por suerte, el dolor de las víctimas no se vio incrementado por ningún altercado destacable.
En enero de 1994, casi cuatro años después de la tragedia, se celebró el juicio contra el clan de los Izquierdo, y todos ellos tuvieron que presentarse delante del juez.
Como era de esperar, y vista la trayectoria de los acontecimientos, la llegada a los juzgados no pasó desapercibida para las víctimas, viviéndose momentos de tensión extrema. De hecho, Antonio Cabanillas, patriarca de los Amadeos, trató de acuchillar a los Izquierdo generando una escena de gran confusión.
Una vez dentro de las instalaciones, los autores trataban de probar su inocencia, algo bastante difícil debido al elevadísimo número de pruebas que existían contra ellos.
Finalmente, la sentencia condenó a los hermanos varones a 684 años de cárcel por sus horrendos crímenes perpetrados en su pueblo natal. A pesar de los esfuerzos de su defensa por intentar calificarlos de enfermos, el juez confirmó que en base a las pruebas aportadas por los informes, eran capaces de actuar por sí mismos, ya que no padecían ningún trastorno mental. De hecho, los Izquierdo estaban llevando una exitosa trayectoria comprando y vendiendo ganado, y acumulaban una pequeña fortuna en sus cuentas.
Pero, esta sentencia no solo afectó a los miembros varones del clan, puesto que las hermanas también fueron investigadas y condenadas. En su caso, el castigo iba a ser por instigación, ya que continuamente habían empujado a sus hermanos a cometer la venganza en forma de crimen.
Debido a los recursos presentados, la audiencia extremeña revocó la sentencia de cárcel, pero no dejó a las hermanas en libertad, sino que cambiaron la prisión por una condena en una institución mental de la ciudad de Mérida.
Luciana, que en su día había conocido el amor de la mano de un Cabanillas, hoy permanecía recluida por intentar destruir por completo el apellido de sus supuestos enemigos.
Con el paso del tiempo y las evaluaciones psiquiátricas, los profesionales de la salud mental determinaron que, efectivamente, Luciana era la verdadera lideresa del clan, y que sus comportamientos maniacos habían creado un caldo de cultivo de odio y venganza, que sus dos hermanos se habían encargado de convertir en realidad.
Con el transcurso de las años, y por causas naturales, los Izquierdo fueron muriendo en sus correspondientes centros de reclusión. En el 2005 murieron las hermanas en el centro psiquiátrico de Mérida, mientras que Emilio lo hacía en la cárcel en 2006. El hermano restante, Antonio, consiguió un permiso para poder acudir al entierro, y testigos de la escena aseguran que pronunció, frente a su tumba, las palabras:
"Hermano, te vas con la satisfacción de que tu madre ha sido vengada"
Como era de esperar, y aunque negaron siempre su intención final, ninguno de los "patas pelás" reconoció sus intenciones públicamente, aunque sabían perfectamente cuales eran sus objetivos. Como colofón a esta espiral de muerte, Antonio se suicida en su celda ahorcándose una mañana de 2010, acabando así con esta lúgubre historia, una de las más conocidas dentro de la crónica negra española.
Hoy en día, Puerto Hurraco sigue siendo conocido por los hechos que allí acaecieron, y a pesar de sus esfuerzos por olvidarlo, parece que la masacre que tuvieron la desgracia de vivir en sus calles está lejos de olvidarse.
Esta población de la comarca de la Serena ha seguido con su día a día, centrándose sus habitantes en la actividad agraria y ganadera, como siempre han hecho. En sus calles se respira la tranquilidad propia de lo que hoy es una pequeña villa de "la España vaciada", como no podía ser de otra manera.
A pesar de los esfuerzos por alejarse de su propia historia negra, aún quedan demasiados puntos que son recordados por los luctuosos hechos que allí ocurrieron. De hecho, la antigua casa de los Izquierdo, donde murió la matriarca, permanece inalterable en mitad de la calle principal.
A pesar de las decenas de años que han transcurrido, la edificación permanece inalterable en en apariencia. De hecho, está en buenas condiciones, como si se supiera parte de la historia y no tuvieran intención de irse nunca. Los planes locales y vecinales para derribarla han sido de momento infructuosos, y los vecinos siguen a la espera de que esta pieza macabra del puzzle desaparezca.
Si analizamos con paciencia la cronología de los hechos ocurridos en 1990, encontraremos muchas referencias y puntos que siguen en el lugar, como por ejemplo, el callejón por el que los hermanos entraron en el pueblo, amparados por la noche.
Si echamos un vistazo a través de la estrecha calle, podemos observar los continuos "bosques" de oliveras que pueblan toda la comarca, e intuir a los dos hermanos irrumpiendo armados con sus escopetas. Una vez atravesaron este arco, se encontraron en la calle principal de la villa, y comenzaron su sangriento recorrido abatiendo a todo el que osara hacerles frente.
Para comprender lo que allí paso, tal vez lo mejor es acercarse al cementerio de la localidad, donde veremos un proceso habitual en este tipo de poblaciones de pequeño tamaño. Los apellidos Izquierdo y Cabanillas se hacen presentes nada más cruzar su puerta de hierro.
No pasarán muchos minutos hasta que nos encontremos fallecidos con los dos apellidos combinados. Los Cabanillas-Izquierdo y los Izquierdo-Cabanillas son habituales en las decenas de lápidas con las que cuenta el cementerio de Puerto Hurraco.
Mirando más en profundidad, todavía se encuentra la tumba de la que fue la matriarca de los "patas pelás", que murió quemada en su propia casa.
Aunque los precedentes no eran buenos, la muerte de Isabel Izquierdo dio luz verde a un imparable odio que llevaba latente durante décadas.
Como no podía ser de otra manera, en el mismo cementerio reposan los restos de las víctimas de aquella noche de verano de 1990. Es el caso de Manuel Cabanillas, miembro de los Amadeos aunque sin ninguna relación directa en el conflicto, que resultó asesinado de un disparo.
Aunque muchas de los cadáveres fueron enterrados en la propia población, otros fueron llevados a sus lugares de residencia habitual, ya que el fenómeno de la despoblación azotaba la localidad en aquella época.
Por suerte, a día de hoy, Puerto Hurraco es un remanso de paz, casi forzosa, que ve como cada año sus habitantes más jóvenes desaparecen de la zona en busca de un porvenir con más oportunidades, sobre todo laborales. Aún así, esta localidad extremeña lucha por sobrevivir, y se ha sumado al "boom" de las casas rurales, de las cuales ya cuenta con algunas abiertas. A pesar del intenso calor de la zona, no parece un mal destino para tomarse unos días de tranquilidad absoluta.
Los vecinos están realmente agotados de las visitas por "morbo" a su localidad, y es normal. Han pasado más de 30 años del suceso, y todavía somos muchos los que nos acercamos por esta localidad extremeña. Sin lugar a dudas, es un calvario que tendrán que aguantar mientras exista el pueblo, o hasta que se olvide por las siguientes generaciones. Como todos los lugares donde el crimen se convirtió en historia, seguirán siendo visitados por forasteros tratando de revivir épocas oscuras.
La masacre de Puerto Hurraco creó un antes y un después en la crónica negra española Tanto es así, que la villa ha entrado con fuerza en la cultura popular. En el vocabulario actual aparece reflejada en expresiones aludiendo a un grave conflicto. En el mundo de la música, el grupo Def Con Dos homenajeó este acontecimiento con su tema "veraneo en Puerto Hurraco", que de modo jocoso relataba los sucesos ocurridos en tierras extremeñas. El cine tampoco pasó de largo este enclave, y el director Carlos Saura, realizó en el año 2004 una película inspirada en la tragedia llamada "El séptimo día".
Cada vez que Puerto Hurraco vuelve a ser noticia, el interés de los curiosos aumenta de nuevo.
Posiblemente sea la curiosidad por estos hechos lo que haya creado un auténtico fenómeno de masas siguiendo los rastros de la crónica negra, lo misterioso o lo paranormal. Tal vez es una manera de vivir otras realidades que no se dan a menudo en nuestras mundanas y cotidianas vidas. ¿Es esto lícito moralmente? La respuesta en este caso estará dividida entre defensores y detractores, así que solo se puede exigir un mínimo respeto y no ser "invasivos" con nuestras conductas en estos "lugares oscuros". Tenemos que comprender que los que allí habitan igual no están tan emocionados con recibir a personas que solo buscan potenciar el aspecto negativo de su historia, renunciando a las posibilidades que esos entornos ofrecen.
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