Una de las obras de arte más visitadas, y posiblemente una de las más reconocibles, se encuentra situada, no en un gran museo de prestigio de Madrid o Barcelona, sino en la pequeña localidad zaragozana de Borja, que apenas cuenta con 5000 habitantes. A escasos kilómetros de la capital aragonesa, la villa está situada en una zona de paso, que comunica los destinos de Aragón y la vecina Soria.
Borja, que según muchos historiadores tiene en su nombre originario debido a la influyente familia "Borgia", es el lugar de nacimiento de muchas de las principales figuras del antiguo clan. Este grupo de nobles, caracterizados por su avaricia y su violencia, también fue pieza clave en el mecenazgo de figuras emergentes de la pintura y otras artes, como Leonardo Da Vinci.
Así pues, cabría pensar que parte de ese espíritu pictórico y cultural permanece latente bajo los cimientos de las construcciones de Borja. Así pues, en 1930, el catedrático zaragozano Elías García Martínez, elije una de las paredes del Santuario de la Misericordia para plasmar su devoción a Jesucristo a través de un fresco bajo bautizado con el nombre "Ecce Homo". Este singular concepto, proveniente del latín, significa "he ahí el hombre", en referencia a Jesucristo.
Durante años, el santuario de la Misericordia del siglo XV, que se encuentra a escasos kilómetros de la localidad, luce su flamante fresco en sus paredes. Pero, ya bien entrado el siglo XXI, una restauradora amateur entra en escena, y su nombre perdurará por los siglos de los siglos: Cecilia Giménez Zueco.
Corría el año 2012, cuando Cecilia, una mujer de 81 años, nacida en el propio Borja, se encaminó con sus pinceles y otros bártulos frente a la sobria figura del cristo que la miraba desde su vetusta pared.
Al parecer, y armada solo de la buena fe que se le atribuía a la borjana debido a su intachable currículum, decidió unilateralmente reparar ese fresco que a su entender parecía tan deteriorado. Tras unas buenas friegas y unos retoques con el pincel, el trabajo estaba terminado.
Una radiante Cecilia, se dispuso a compartir con sus vecinos y amigos la gran proeza que acababa de realizar en pro de su comunidad y de las santas divinidades.
La noticia atrajo la atención de la prensa local, que no reparó en calificativos despectivos sobre la restauración, mientras que cercaba a la artista de Borja, que en un primer momento trataba de justificarse antes sus hechos.
Contra todo pronóstico, el Ecce Homo ganó popularidad con su llegada a los medios nacionales, y los hoy habituales "memes" inundaron las redes de la noche a la mañana. La prensa había encendido la mecha, y el fenómeno ya era imparable.
Posiblemente España es una potencia en lo que al mundo artístico se refiere, y los creadores de contenido para redes sociales no iban a quedarse atrás. Como si de un tsunami se tratará. la restauradora borjana y su obra empezaban a plasmarse en camisetas como gorras, camisetas, y todo tipo de objetos en los que era posible insertar una imagen.
Tras varias entrevistas, en las que Cecilia se derrumbaba viendo como su restauración era motivo de debate nacional, las críticas furibundas fueron decayendo, mientras que el cariño por la octogenaria protagonista aumentaba.
De hecho, en un primer momento, la obra iba a ser rectificada, incluso demolida la pared donde se asentaba, pero viendo la gran popularidad, cualquier intento de reformar el fresco quedó en suspenso.
El Ecce Homo de Borja estaba creando una tendencia y una gran oportunidad para el pueblo que lo contenía. Esta moda se reflejaba en las incesantes visitas que el santuario de la Misericordia recibía diariamente. Jamás ningún forastero había preguntado por esas instalaciones religiosas, y los numerosos curiosos obligó a las autoridades a señalizar el camino para que nadie se perdiera el evento.
A su vez, la entrada al santuario dejó de ser gratuito, y por una exigua cantidad, todo aquel que lo deseara podría maravillarse con sus frescos monumentales. Estas mínimas cantidades dejaron en el pueblo de manera directa cientos de miles de euros, puesto que se calcula que recibió mas de 300.000 visitantes en una década. Además, también aumentó el negocio en el propio pueblo, que aumentaba su capacidad hostelera y negocios de alimentación.
Desde casi el primer momento, se instalaron grandes mapas, donde cada visitante clavaba una chincheta a modo de determinar su procedencia. El resultado pseudo demoscópico no dejaba lugar a la duda. El fenómeno se había internacionalizado y seguía en aumento.
Cecilia, también ha tenido su propia escuela de imitadores, que en ningún caso han conseguido tanta fama y reconocimiento de su obra como la fundadora original. Por ejemplo, las redes trataron de comparar la obra aparecida en una localidad llamada Sudburi (Canadá), pero ni tan siquiera se acercó al éxito de la zaragozana.
Quizá esta historia en sí es un esperpento sobre las modas de la época actual, aunque sin duda lo más triste es que el verdadero autor, que dedicó su tiempo para honrar a su personaje bíblico favorito, haya caído en el olvido, mientras que su homóloga moderna, haya subido a los altares de la fama. El desdichado de Elías García Martínez, seguramente jamás imaginó que su obra recorrería el mundo, pero tapando su sello de autenticidad.
Tal vez estemos de acuerdo en que la obra de Cecilia fue desacertada, aunque graciosa, pero la realidad es que obras más tristes y penosas que la de la restauradora están cotizadas en el mercado, y valoradas en decenas de miles de euros, mientras una cohorte de supuestos especialistas las alaban. Al menos, el Ecce Homo de Borja es capaz de sacarnos una sonrisa, incluso una carcajada.
Estoy seguro de que es más enriquecedor visitar Borja, sus paisajes y su cultura, que no acudir a determinadas ferias de supuestos entendidos en arte.
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