El enclave que narraremos a continuación tiene una larga historia a sus espaldas, dado que se viene gestando desde hace millones de años, y a día de hoy sigue desarrollándose, en silencio, sin que lo podamos apreciar, ya que es un proceso lento, ligado a la creación de nuestro planeta.
Empecemos por el principio: hace unos 250 millones de años la península Ibérica no era tal, ya que lo que hoy conocemos como España, Europa y otros continentes se encontraban unidos en una abstracta amalgama llamada Pangea. Como es natural, si hoy retrocediéramos hasta esa fecha nos costaría muchísimo ubicar cualquier localización conocida de la actualidad. De hecho, nuestro país se encontraba dividido en dos por parte de un gigantesco océano definido como el mar de Tetis.
Poco a poco, centímetro a centímetro, los continentes fueron reordenándose hasta mostrar la apariencia que nos enseñan a día de hoy, que es una imagen muy diferente a la que mostrarán dentro de unos pocos millones de años.
Con el paso gradual de las eras, el mar de Tetis fue desapareciendo, aunque la palabra exacta sería reorganizándose en otros mares (lo que hoy sería el Mediterráneo) y océanos. Este cambio fue producido por la incipiente presión de las placas tectónicas, que formaron lo que hoy en día conocemos como la meseta central. Fue tal la compresión de algunos territorios, que hoy se encuentran elevados a más de mil metros sobre el nivel del mar.
Hoy observaremos ese extinto mar en la provincia de Cuenca, a escasos 20 km de la capital.
La Ciudad Encantada es hoy por hoy, uno de los mayores exponentes sobre la creación y destrucción de entornos kársticos presentes en la península Ibérica. Denominado ya en 1929 como Sitio Natural de Interés Nacional.
Su proceso es sencillo pero lento. El fondo marino, rico en sales y carbonatos, quedó completamente expuesto hace unos 70 millones de años, al entrar en contacto con la atmósfera, sus materiales comenzaron a degradarse sin remisión por efecto de los factores ambientales como el viento y la lluvia.
Las grandes precipitaciones creaban surcos, que más tarde se convertirían en cauces. Al ser una roca porosa y blanda, el agua penetraba fácilmente en ella y creaba orificios y cuevas subterráneas. Con el paso del tiempo, los agujeros horadados dejaban sin apoyos a sus partes superiores, obligándolas a caer, dejando galerías enormes completamente descubiertas.
A su vez, los materiales más duros y compactos, comenzaban a destacar sobre sus coetáneos más débiles, dando lugar a formaciones de piedra que se mantenían elevadas, labradas más lentamente por los vientos de la zona.
En la ciudad encantada, las caprichosas formas de sus roquedos kársticos, han creado un parque de esculturas naturales casi sin parangón en Europa. Además, debido a la imaginación humana, han sido nombradas por sus parecidos a elementos o animales presentes en nuestro cotidiano mundo.
Si bien algunas figuras como "la cara" o "el puente romano" son rocas de tamaño no muy grande, en el parque se encuentran verdaderas moles de piedra más espectaculares.
Unido a su atractivo exterior, muchas de ellas están horadadas también en su interior, incluso permitiendo el paso humano, como en el caso del convento, donde podemos entrar y salir de sus pétreas entrañas.
Como era de esperar, la zona es rica en fósiles, testigos mudos de lo que un día fue la vida acuática del desaparecido mar. Para entendernos, son los bisabuelos de las especies animales que hoy pueblan nuestros océanos. .
Como podemos comprobar, la Ciudad Encantada de Cuenca es un auténtico viaje al pasado, y es un destino apasionante para los interesados en geología, biología y otras ciencias relacionadas, y para el público en general que busca un buen paisaje acompañado de un paseo.
Evidentemente, la Ciudad Encantada no es la única parada relacionada con las formas pétreas, aunque sí el más conocido. Por lo que me veo en la obligación de reseñar también otras zonas de importancia, como por ejemplo, el "ventano del diablo". Y es que, a pesar de su proximidad (apenas 5 km en línea recta), no se le considera parte del conjunto ya expuesto con anterioridad.
En esta ocasión estamos ante una auténtica y desproporcionada estancia apostada en lo alto de un vistoso acantilado fluvial. Desde su interior, acomodado para las visitas turísticas, podemos contemplar unas vistas tremendas del río Júcar, que transcurre por el fondo del valle que el propio movimiento del agua ha creado.
Si el mirador nos parece atractivo, aun lo son más sus vistas, siempre acompañadas del rumor del agua que proviene del fondo del cañón.
Este capricho natural, está rodeado de formaciones similares, y sus abundantes agujeros son aprovechados por numerosas aves como los buitres para establecer sus nidos y sus lugares de descanso.
A pesar de que este enclave aparentaría estar en un lugar remoto, se encuentra apenas a 500 metros de la localidad conquense de Villalba de la Sierra, y a pie de la carretera que une la Ciudad Encantada con Cuenca capital.
A pesar de la tranquilidad actual del lugar, en otros tiempos esta zona causaba gran temor a los habitantes de los municipios colindantes, ya que negras leyendas emergían, aumentando los miedos de las generaciones que las escuchaban. Según parece, el ventano era utilizado por el mismísimo demonio para asomarse desde el infierno y controlar la actividad humana. En ocasiones, se aparecía en forma de un gran murciélago negro que se posaba en las ventanas del mirador, con la intención de asustar y hostigar a todo el que osara a adentrarse en sus dominios. Los testigos de la época aseguraban, que los aullidos eran constantes en determinadas épocas del año, y que cada vez que eran escuchados, una gran calamidad acechaba. Fue tal el impacto de estas leyendas, que el ventano fue bautizado con el nombre de esa asombrosa criatura que supuestamente habitaba en él.
A pesar de su mala fama, hoy en día es un destino en auge, y la parada es casi obligatoria entre los que se acercan a visitar la zona.
Y por último, pero no menos importante, nos detendremos en la denominada como "ruta de las caras", situada en las cercanías de la localidad e Buendía, y junto al embalse de mismo nombre.
Este espacio consiste en un relajado paseo por un sendero de unos 3 km en total, donde podremos disfrutar de una combinación de naturaleza, paisaje y arte. A diferencia de los destinos anteriores, esta vez la piedra se encuentra labrada por la mano del hombre, y no a cuenta de los fenómenos erosivos naturales.
Tras franquear su entrada, un bosque de pinos nos da la bienvenida y marca el inicio del camino. La llanura inicial da paso a una no muy empinada ladera, donde comenzaremos a ver las primeras "caras" .
Cada una de la efigies está dedicada a un personaje o símbolo, que es fácilmente reconocible por los paseantes que recorren la pista peatonal. En el recorrido circular predeterminado, podremos llegar a ver 20 caras diferentes y algunos bajorrelieves.
Muchas de las esculturas talladas en la piedra son enigmáticas, recorriendo el lugar un halo de misterio, acrecentado por la historia de la zona, en la que se encuentran tumbas antropomorfas excavadas por los visigodos que oculta masa arbórea de pinos.
Todo este conjunto comenzó a tejerse en los años 90, donde dos escultores comenzaron a esculpir sus proyectos en la dura piedra. Poco a poco, su colección fue dándose a conocer, y otros artistas (en ocasiones espontáneos) siguieron sus pasos y dejaron sus creaciones a la vista de todo el mundo que quisiera contemplarlas.
La cara de "Chemari" fue creada por el ceramista Jorge Juan Maldonado, uno de los autores principales, mientras que el reparador de fachadas Eulogio Reguillo, Plasmó la de Krishna que hemos visto anteriormente.
Entre los dos, crearon casi sin quererlo la ruta actual, modelando la roca arenisca predominante en el lugar.
Al igual que en la Ciudad Encantada, algunas figuras apenas llegan al metro de altura, mientras que otras sobrepasan los 6 metros.
Como ya hemos comentado, han ido surgiendo escultores espontáneos que han ido entrelazando sus proyectos con los de los autores originales, haciendo crecer el inventario de efigies y símbolos de la ruta. En cierto modo, nos encontramos ante un fenómeno, que como ocurre en la Ciudad Encantada, transforma el paisaje, pero esta vez si que ocurre en una escala más apreciable a nivel humano. Podríamos trazar un paralelismo entre la teoría del científico Lavoisier y afirmar que la roca es como la energía, ni se crea ni se destruye, solo se transforma.