lunes, 16 de diciembre de 2024

Dinosaurios y dónde encontrarlos: sus rastros.

Hace millones de años, y mucho antes de nuestra existencia, el planeta estaba poblado por unas criaturas que, a día de hoy, nos dejan más preguntas que respuestas. Organizados en distintas clases según su alimentación, y con su propia lógica jerárquica, convivían en un ecosistema no exento de peligros. 

Como afirman los científicos, una serie de eventos meteorológicos acabó con la mayor parte de las especies, sucumbiendo ante la falta de comida, provocando una gran extinción. 

Como todo el mundo debería saber, las muestras de su existencia se refleja en nuestros días a través de los numerosos fósiles encontrados en las rocas adecuadas para ello. Después, la paleontología y otras ciencias asociadas, son las encargadas de ubicar los hallazgos en las especies correspondientes, obteniendo finalmente un complejo mapa de las especies ya desaparecidas. 

Aunque el trabajo de laboratorio aparenta ser tedioso y lento, para el público en general los dinosaurios siempre han tenido un magnetismo especial, reflejándose en obras adaptadas al cine como "Jurassic Park", un film de los 90 que hizo resurgir la pasión por estos extintos animales. 


Fotograma de Jurassic Park (1993)


Por suerte, este renovado interés ha dado sus frutos, atrayendo a visitantes a los lugares con "historia petrificada", potenciando la creación de nuevos centros de esta temática y poniendo en valor yacimientos y hallazgos. 

En Igea, un pequeño municipio de Rioja, lo saben bien, y exhiben numerosos fósiles encontrados en los yacimientos cercanos, a cada cual más impresionante. El recinto, denominado Centro de Interpretación Paleontológica de La Rioja, se ha convertido en el epicentro de las distintas zonas excavadas de la región, exhibiendo, a través de piezas originales y réplicas, los distintos tesoros extraídos de las rocas descubiertas en los alrededores. 


Muestra de los ejemplares exhibidos

A través de los paneles de información y los restos exhibidos, podemos hacernos una idea de la fauna que habitaba en La Rioja mucho antes que nuestra conocida especie, en unas franjas de tiempo tan remotas y distantes que en nuestra escala humana cuesta contextualizarlas. 

Lamentablemente, nuestro cerebro no se encuentra preparado para asimilar cifras de datación expresadas en millones de años, ya que nos hemos acostumbrado a dominar un pasado y un presente demasiado cercano a nuestro paso por el mundo.


Recreación de los habitantes riojanos de la época
 

Pero la zona, a pesar de tener fósiles espectaculares, es también conocida por sus numerosos rastros encontrados: las icnitas. 

Y es que la denominación de icnita es referida a todas aquellas huellas y rastros que han conseguido preservarse mediante un proceso natural hasta nuestros días. Para su formación, los animales habían pasado por una zona de sedimentos blandos, como pudiera ser el cauce de un río o la orilla húmeda de una playa. Si se daba la combinación de sucesos apropiada, esos "moldes" lograrían consolidarse y permanecer al endurecerse los materiales que los contenían y, posteriormente, transformarse en dura piedra,  permaneciendo inalterables hasta la edad moderna. 

A través de estudios geológicos, los investigadores han ido acotando las zonas donde podrían encontrarse las icnitas, y los ojos entrenados de los paleontólogos las habrían descubierto y puesto en valor. 

En algunos casos, los yacimientos son tan extensos y ricos, que se habrían encontrado varias especies distintas merodeando por los mismos materiales blandos, lo que hace que ganen en espectacularidad. 


Yacimiento de Los Cayos (Cornago)

Por ejemplo, a escasos kilómetros de Igea, podemos ver las pisadas de un terópodo (bípedo y carnívoro), que poblaba la zona de Cornago. En este caso, observamos que la pared no se encuentra plana, sino que a través de las caprichosas fuerzas tectónicas, ha sido elevada hasta acabar en una gran inclinación. 

Los diferentes estudios realizados en el yacimiento, dan pistas acerca del comportamiento del responsable de las pisadas, aunque no la especie en concreto. Aun así, afirman que se trata de un gran terópodo carnívoro, de unos 7 a 12 metros de largo, que caminaba a una velocidad de 3,78 kilómetros por hora. 

 Aún a riesgo de no estar en lo cierto, los paleontólogos creen encontrarse ante un ejemplar similar a los carcharodontosaurios, muy parecido y emparentado con el famoso tiranosaurio, uno de las estrellas de "Jurassic Park".

Para situarnos en contexto, las autoridades turísticas, han instalado en las cercanías del yacimiento una réplica de la especie a tamaño real.


Carcharodontosaurio en las cercanías de los Fayos


A escasos kilómetros de la maqueta de este gran ejemplar, se encuentra la localidad de Enciso, que posee varios yacimientos en sus cercanías, como el parque de la Senoba y el de la Virgen del Campo, repletos de paneles informativos y acotados por perímetros de vallas de madera. En cada enclave, las recreaciones a tamaño real, nos ayudarán a dar contexto al paisaje. 

En ocasiones, los rastros no son claros, y hay que prestar atención para localizarlos. Por ejemplo, en el yacimiento de la Virgen del Campo, nos encontraremos con unas tenues líneas marcadas en la piedra, que en realidad son los vientres de una especie extinta de cocodrilo que vivía en el entonces paraje acuático, del cual queda poco a día de hoy. 


Las casi imperceptibles líneas en la piedra


Por suerte, estás exposiciones al aire libre están adaptadas al visitante profano en la materia, realzando con tiza los contornos de la huella. 


Las maquetas de los responsables


Pero en estas auténticas visitas al pasado, no solo podremos ver con nuestros propios ojos los rastros animales de la zona, sino que también podremos casi tocar la vegetación contemporánea que cohabitaba con los dinosaurios. El más claro ejemplo, es el tronco fosilizado de Igea, misma localidad donde se encuentra el centro museístico. 

En este caso, podremos adentrarnos en una pequeña construcción techada, que alberga lo que en su día fue un gran árbol, que hoy yace tumbado y fosilizado en el suelo del recinto. 


Tronco fósil de Igea

Según los paleo botánicos, este ejemplar de 10 metros de longitud es una Araucaria, y habitaba en estas tierras hace 150 millones de años. Se cree, que vivía en lo alto de una montaña, y que las continuas lluvias torrenciales la arrastraron hasta su ubicación actual. Fue localizada en 1986 de manera fortuita por un pastor local, y gracias a su aviso se pudo estudiar en profundidad. 

Excavación del tronco. Fuente: Igea dinosaurios


Pero este descubrimiento no es único en España. En 1976, en Hacinas (Burgos), varios ejemplares de coníferas fosilizadas fueron localizadas en el interior de la localidad. Al contrario que el que reposa en Igea, estos fueron extraídos de sus lugares originales, y fueron dañados, haciendo menguar su altura y su grosor. 
A pesar de todo, y tras extensas labores de restauración y reconstrucción, aún permanecen a día de hoy exhibidos en las plazas más populares de la villa. 


Tronco de Hacinas


El tronco más espectacular (imagen superior) fue seccionado, ya que doblaba su tamaño actual, llegando a los 6 metros de altura. Es probable que el desconocimiento y las prisas provocaran una negligencia que supuso su rotura. Aun así, ha podido ser estudiado, y se piensa que al igual que sus homólogos riojanos, llegó a la localidad procedente de alguna fuerte riada en la zona. 
Además de este ejemplar, podemos visitar también otros individuos, que incluso a día de hoy permanecen en el lugar donde fueron descubiertos, por lo que no han sufrido daños considerables en sus estructuras. 


Tronco fósil sin excavar



Gracias a toda estos yacimientos y las piezas encontradas en su interior, los eruditos han conseguido recrear en el papel como fue esa época convulsa en cuanto a los cambios geológicos se refiere. Además, las nuevas tecnologías están permitiendo la aceleración y profundidad en las investigaciones actuales, revelando datos de suma importancia. 
Una de las sorpresas del siglo XXI a nivel paleontológico en España se produjo en las cercanías de la localidad oscense de Loarre, con la localización de varios huevos fosilizados en una zona frecuentada por corredores y senderistas de media montaña.

De hecho, fue un deportista el responsable del hallazgo, quien se puso en contacto con Miguel Moreno, un paleontólogo oscense que ya había recorrido varios continentes investigando huesos fósiles.


Miguel Moreno trabajando en el yacimiento


Tras su sorpresivo descubrimiento, los investigadores mantuvieron el secreto la localización, esperando los primeros informes confirmatorios para realizar la extracción sin correr el riesgo de que los huevos fueran saqueados por expoliadores. 
Tras numerosas catas y los primeros trabajos en la zona, comenzaron a revelarse las sorpresas del próspero yacimiento. Los científicos estaban de enhorabuena, ya que aparecían nidos con sus respectivos huevos.
Dada la magnitud del hallazgo, el pueblo, que ya contaba con un imponente castillo muy visitado, abrió las puertas de un museo dedicado exclusivamente a la investigación de los restos paleontológicos de la zona.
En este centro, podemos conocer todos los secretos que albergan los huevos, así como todos los nuevos métodos que se están utilizando en la investigación científica. 


Espectacular nido con sus huevos


A través de las visitas guiadas, el equipo que encabeza Miguel Moreno, explica todo lo relativo a los huevos y de la zona donde fueron encontrados. Las investigaciones, que todavía se encuentran en una fase temprana, datan la fecha de la puesta en 70 millones de años. 
Además, este centro está entregado a la ciencia y su divulgación, por lo que podemos acceder a los laboratorios donde siguen preparando las nuevas evidencias fósiles para su estudio, convirtiendo la visita en una experiencia interactiva con algunas de las piezas. 


Laboratorio del centro paleontológico



Todas las explicaciones de los guías se ven respaldados con una exposición permanente de fichas técnicas y carteles, combinadas con piezas originales y recreaciones que nos harán amena la visita. Por si fuera poco, son los propios trabajadores los que explican las distintas salas, por lo que podemos conocer su día a día en tan apasionante proyecto.


Fragmento del nido "en bruto" siendo limpiado


Probablemente, la pregunta más repetida por los visitantes en ese centro es si una des-extinción de los dinosaurios es posible en base al material genético encontrado en los huesos. La respuesta por parte de los especialistas es clara, "de ninguna de las maneras". 
Y es que, a pesar del avance de las tecnologías, no es posible revivir una especie ya desaparecida tan alejada en el tiempo. Y la gran pregunta tal vez no es si podríamos hacerlo en un futuro, sino si deberíamos. Los dinosaurios tuvieron una oportunidad, en su medio, con un clima propicio para su vida, y en un planeta del que sin duda eran los dominadores. Realmente no ganaríamos mucho colocándolos artificialmente en un espacio tiempo que ya no les pertenece. Aún así, no todo está perdido. En la actualidad podemos observar especies que ya han sido identificadas como sus herederas en la tierra. Aparte de los reptiles, convivimos con su tataranietos en perfecta armonía, y podemos dejar otros esfuerzos para las películas de ficción. Y es que tal vez esos restos fosilizados estén más cerca de lo que pensamos, puesto que son las aves sus más directas descendientes. 


El nuevo tiranosaurio defendiendo su nido



A menudo, nuestra civilización se enfrenta a riesgos que amenazan con su completa destrucción. Esto lleva a miedos desmedidos ante una posible extinción preventiva por factores en los que probablemente hemos influido. Las guerras, un cambio climático agravado por nuestra dañina existencia o simplemente una enfermedad mortal de alto nivel de transmisión puede que sea el motivo de nuestra desaparición. Aunque nos parezca un escenario dantesco, nuestra presencia en la tierra es limitada y tiene su fecha de caducidad probablemente ya escrita. Pero, realmente ¿a quién le preocupa?. La Tierra seguirá su curso, con o sin nosotros, vagando elípticamente alrededor del sol. Y cuando nuestra estrella se apague, nuestro planeta solamente perderá iluminación. No nos creamos el centro del universo, tan solo somos unos habitantes pasajeros con poca estima por su lugar de nacimiento.






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