martes, 28 de enero de 2025

Los vetones: una historia borrada.

Hace casi 2500 años, la península Ibérica era un hervidero de tribus y clanes que pujaban por establecerse en los vastos territorios de lo que hoy conocemos como España. Miles de hombres y mujeres deambulaban por el continente europeo, aprovechando las entonces primitivas rutas comerciales, tratando de escapar sobre todo de los duros climas del norte. Entre ellos, un gran número de migrantes conocidos como "vetones", se asentaron entre los ríos Duero y Tajo, en pleno sistema central. Aunque su presencia no se extendió más que unos pocos siglos en el tiempo, llegaron a ocupar amplias zonas entre las ciudades actuales de Salamanca, Ávila y Cáceres. 


Mapa de su territorio. Fuente: Cuadernos manchegos


A pesar de las dificultades con las que se encuentran los historiadores y arqueólogos, estos coinciden en que la tribu llegó desde el norte de Europa, y se cree que tenían una arraigada fama de viajeros, guerreros y saqueadores. Aunque pueda parecer que eran mal vistos, lo cierto es que el resto de pobladores de aquella época coincidían en su manera de afrontar la vida y modus operandi con los vetones. Como podemos imaginar, la violencia y los cambios de territorio imperaban en el día a día de la época.

De tal manera, las primitivas sociedades poseían una economía de subsistencia, combinando la recolección de frutos y la caza, con el cultivo de tierras y la crianza del ganado propio. Además, ciertos clanes como los vetones, llegaron a formar su seña de identidad propia gracias a su arqueología, que a pesar de su simpleza, ha perdurado en el tiempo. 


Los vetones

Y es que estos clanes, que convivieron en el tiempo con sociedades llenas de misticismo como los celtas, no se quedaron atrás, y crearon sus propias defensas contra lo invisible. En su caso, nos hicieron llegar hasta nuestros días sus famosos "verracos" de piedra. Estas figuras zoomorfas, que representan toros, cerdos y jabalíes, habrían servido como amuletos, propiciando las buenas cosechas y el buen resultado de sus técnicas ganaderas. Además, estas moles de piedra habrían servido para delimitar su territorio, advirtiendo a otros posibles invasores que esas tierras les pertenecían. 

Todas estas conclusiones, son meramente teóricas, ya que no existen pruebas fehacientes de estos acontecimientos, borrados ya por el inexorable paso del tiempo. De hecho, no sería hasta unos pocos siglos después, con la llegada del imperio romano, cuando empezarían a surgir historiadores de renombre, que comenzaron a documentar extensamente todo lo que ocurría en su tiempo. 

Así pues, cada nuevo hallazgo sobre los vetones es tomado como una gran victoria, ya que viene a cubrir esos enormes huecos en la historia de esta antiquísima sociedad prerromana. De hecho, los vetones saltaron a los titulares de toda la prensa española, cuando un verraco que se encontraba oculto apareció en unas obras de restauración anexas a la muralla de Ávila, volviendo a despertar la curiosidad sobre este clan por parte del público general. Este descubrimiento no fue único, ya que en la propia capital abulense se han encontrado varias de estas esculturas zoomorfas, quedando repartidas a día de hoy por toda la ciudad. 

Pero sin duda, la agrupación más famosa de estas reliquias pétreas se encuentra cerca de la localidad de El Tiemblo, también en Ávila, donde reposan cuatro de estas obras, conocidas como "los toros de Guisando". 


Los toros de Guisando


Este recinto, completamente habilitado para su visita, cuenta la historia de las cuatro piezas arqueológicas, así como unas breves pinceladas de sus creadores los vetones. 

Las esculturas, datadas entre el siglo IV y el siglo III AC, presentan más dudas que certezas, ya que ni siquiera se sabe si están representando a toros o a cerdos sementales (verracos), y no han sido encontrados en un entorno arqueológico completo, por lo que apenas se sabe nada de ellos. 


Toro de perfil con inscripción


Siglos más tarde, algunos acaudalados romanos, grabaron en sus costados leyendas en latín, honrando a sus luchadores o a miembros difuntos de su propia familia. Hoy en día, aún son apreciables las inscripciones en el granito, aunque los historiadores no están seguros de la veracidad de todas ellas. 

Este desconocimiento histórico general, provoca una curiosidad exacerbada sobre los vetones y sus figuras, dando al lugar un halo de misterio difícilmente superable si tenemos en cuenta que "solo" se trata de cuatro esculturas toscamente talladas en la piedra. 

Por suerte, los vetones no solo dejaron sus figuras zoomorfas, sino que aún perduran los restos de sus asentamientos. Uno de los más reseñables, denominado "Ulaca", se encuentra a escasos 40 kilómetros de los toros de Guisando y muy cerca de la capital abulense. Allí, en una montaña de laderas escarpadas, las primitivas murallas delimitan el espacio donde 1500 habitantes hacían frente a los rigores climáticos y bélicos de la época. 

El paraje, que encierra formaciones rocosas extremadamente curiosas moldeadas por la erosión, parece sacado de una película de ciencia ficción, ya que muchas de estas rocas se encuentran en un equilibrio casi imposible.


Rocas en "suspensión"


En agosto de 2021, un gran incendio, iniciado en una carretera cercana por la avería de un vehículo, arrasó por completo las 70 hectáreas de las que se compone el yacimiento. Esta extensión, se sumó al total de 10.000 hectáreas calcinadas, provocando la devastación completa de la zona afectada. 


Incendio visto desde Ávila. Fuente: El País


Hoy en día, ya no se pueden apreciar a simple vista las huellas del fuego, pero si que uno tiene la sensación de deambular por un paraje casi desértico. Por suerte, la aparición de las primeras especies arbustivas y la ganadería de la zona, brinda algo de vida a un paisaje casi moribundo. 


Los caballos se afanan en alimentarse


Tras afrontar una gran subida por senderos pedregosos, nos toparemos con la primera línea fortificada del asentamiento, una gran barrera de piedras amontonadas que conforma la primitiva muralla. 

La ubicación del poblado, ubicado a más de 1500 metros de altitud, unido a la presencia de estas estructuras, otorgaban un grado máximo de seguridad a sus habitantes, pero generaba grandes problemas logísticos al tener que ascender y transportar víveres y útiles desde los campos cercanos. 


Muralla de Ulaca


Basta con echar un rápido vistazo al murallón para ser conscientes de la dureza de la vida en aquella época. El inclemente tiempo reinante, la altitud, el peso de las rocas, y la escasa tecnología reinante, convertirían la existencia de cualquier vetón en algo digno de admirar. De hecho, la edad media de la población rondaba la treintena, algo más que reseñable, dada la dureza de sus actividades. 

A pesar de lo que pueda parecer, los vetones lograron dominar el terreno en el que se instalaron, y trataron de hacer su vida agradable y cómoda dentro de las limitaciones de la zona. Un claro ejemplo es la estructura de una sauna, que ha llegado en relativo buen estado hasta nuestros días. 


Sauna de Ulaca

Si los historiadores y arqueólogos están en lo cierto, los vetones fueron capaces de conseguir los suministros básicos para más de 1000 personas en lo alto de una montaña, un objetivo que, a simple vista, es imposible de lograr con las infraestructuras de la época. En nuestros días, los sistemas necesarios para abastecer de agua a una localidad semejante requeriría de una estructura nada desdeñable. Además, otra de las líneas básicas sería para evacuar los deshechos generados por la población. 

Sea como fuere, los vetones consiguieron poblar la cima, y todavía podemos ver los restos de sus viviendas adaptándose a las caprichosas formas de la roca. 


Viviendas

Como ya hemos visto, los vetones trabajaron duro, y todo ello lo hicieron sin descuidar su lado más espiritual. En una zona del castro, moldearon el espacio para celebrar sus rituales y ofrendas a sus deidades. Por desgracia, hoy en día desconocemos a que alababan o a qué temían, aunque se intuye que sus ritos irían en consonancia con el resto de tribus coetáneas, y los elementos naturales que afectaban a las cosechas serían su principal preocupación. 

Para estimular los procesos productivos, el poblado contaba con un santuario, presidido por un espectacular altar de sacrificios, que ha llegado casi intacto hasta nuestros días. 


Santuario vetón


Como es de imaginar, el altar de sacrificios es la estructura más llamativa de la ciudad fortificada, y emblema indiscutible del yacimiento. Una vez que el visitante recorre sus piedras talladas, es inevitable sentir esa emoción de saberse en un lugar milenario cargado de historia y de misterio. 


Detalle del altar de sacrificios


Probablemente los vetones no eligieran la ubicación de su ciudad de una forma azarosa. El paisaje, con sus rocas moldeadas de maneras imposibles, tal vez ejercieron un papel determinante a la hora de planificar la creación del castro. En esa cultura milenaria llena de supersticiones, es probable que la simbología de estos parajes transmitiera mensajes que hoy en día hemos dejado de percibir. Además de su posición elevada e inexpugnable, parece que la ubicación de Ulaca buscaba una manera de estar más conectada con sus dioses y tradiciones. Como no podía ser de otra manera, en el propio recinto amurallado se han encontrado los ya famosos verracos de granito, siendo visitables actualmente en alguna de las localidades cercanas al yacimiento. Estas moles pétreas, son exhibidas a día de hoy con orgullo por parte de los locales, quienes han elevado sobre pedestales las figuras, como es el caso del ubicado en el pueblo cercano de Solosancho. 


Verraco de Solosancho encontrado en Ulaca

Por suerte o por desgracia, los vetones desaparecieron de la península ibérica con la romanización, ya que multitud de tribus y clanes sucumbieron al poderío militar de la antigua Roma, hibridándose en todos los sentidos con los nuevos pobladores. Aquellos que osaron resistir al imperio, acabaron en su mayoría derrotados con gran crudeza ante su implacable ejército. De hecho, asentamientos ya visitados por este blog, fueron casi aniquilados de la faz de la tierra, como es el caso del poblado celtíbero de Numancia.

A nivel cultural, se formó una gran maraña en la que era muy complicada la separación entre las costumbres locales y las importadas, haciendo imposible su estudio por separado. Como ocurre en la mayoría de casos, las lenguas, los ritos y las tradiciones están en constante cambio, siendo alimentadas e mezclándose unas con otras. De hecho, con la llegada del cristianismo, toda la historia anterior trató de borrarse rápidamente para facilitar la implantación de las nuevas creencias. Este proceso hizo que muchas de las historias quedaran en el olvido, y otras fueran retocadas y tergiversadas. Los hombres de poder, que tenían los medios para extender sus dogmas de manera oral y escrita, confeccionaron un relato personalizado sobre este pasado no escrito, orientándolo a sus objetivos, que normalmente se alineaban con la consecución de más poder. Con el paso de los siglos, estas creencias mayoritarias irán en retroceso, dando la oportunidad a que nuevas teorías se implanten y desarrollen, y probablemente parte de la historia actual se vea difuminada a ojos del ser humano del futuro lejano. No es descabellado que un día nuestra civilización, que hoy creemos moderna y avanzada, sea borrada de la historia, al igual que otras civilizaciones borraron a los vetones de su memoria. 



 


lunes, 27 de enero de 2025

La berrea: la llamada del otoño.

Probablemente, en España haya pocos espectáculos naturales como el celo de los cérvidos, vulgarmente conocido como "la berrea". 

El ritual del cortejo, enormemente llamativo, es un proceso violento, en el cual los ejemplares más poderosos se ven obligados a demostrar su fuerza año tras año, ya que su reproducción y sus territorios están en juego. 

Durante la mayor parte del año, los animales salvajes que habitan nuestros bosques se mantienen escondidos, alejados de la mirada humana. Su discreción y mimetización con el entorno es esencial si quieren sobrevivir a la acción humana y a sus depredadores naturales. A decir verdad, el hombre y sus armas son una de las pocas especies que se sitúa sobre ellos en la pirámide alimenticia. La presión ejercida sobre la naturaleza ha provocado que los depredadores de grandes herbívoros hayan casi desaparecido de la geografía española. 

Este gran silencio se ve roto al finalizar el verano, ya que los ejemplares machos entran en un estado de agitación que no es posible observar el resto del año. Las hembras, por su parte, se muestran receptivas, y los instintos más primarios comienzan a aparecer. Estos comportamientos innatos en estas especies, tienen como finalidad hacerse con un número de hembras suficientes para asegurar la supervivencia de la especie, seleccionando los genes más poderosos, y relegando a un segundo plano a los portadores de genes más conformistas y débiles. 


Ciervo paseando por la llanura



 
Además de un objetivo reproductivo, la berrea también redimensiona los territorios de pasto, dejando a los machos más fuertes con los terrenos más productivos de las diferentes zonas. Estas nuevas fronteras se irán desdibujando a medida que el celo desaparezca y la agresividad descienda en todas sus facetas. Normalmente, las manadas serán más o menos gregarias, dependiendo de la especie. Por ejemplo, los corzos suelen ser animales más solitarios, mientras que los ciervos son capaces de formar rebaños más numerosos, coexistiendo con otros machos de diversas edades. 

Esta relativa calma, y como ya hemos comentado, se rompe totalmente con la llegada del otoño, ya que los machos comienzan a convertirse en seres hostiles, y comienzan a golpear con sus cuernas las ramas y otros elementos, para que otros congéneres observen que se están adentrando en "terreno peligroso". Estas astas, que han crecido desde la primavera, caerán de manera natural con la llegada del invierno, una vez que el ejemplar ha pasado la temporada de celo. Este proceso es conocido como "desmogue", y deja a los ejemplares sin ningún tipo de defensa aparente. Cada año que pase, los cuernos obtendrán más largura, más grosor, y en determinadas especies, más puntas, algo en lo que se pueden basar las estimaciones de edad. 


Las ciervas esperan que acaben las disputas


La berrea, que tiene sus máximos de intensidad al amanecer y al atardecer, puede escucharse a kilómetros de distancia, dependiendo de la corpulencia del macho o la especie que la provoca. Los alaridos se reproducirán con más intensidad en terrenos rocosos, haciendo saber al resto de machos que un ejemplar está conquistando el espacio, del cual deben huir o enfrentarse. 

Los combates entre ejemplares son habituales en esta época del año, aunque rara vez provocan daños graves en los animales. Normalmente, las peleas consisten en una unión de cornamentas, en las que cada individuo pone su empeño en hacer retroceder al otro, hasta que uno de los dos decide abandonar a la carrera la zona. Estas luchas suelen repetirse con facilidad, y suelen ser presenciadas por las hembras cortejadas, como si de un espectáculo se tratara. 


Ciervos peleando. Fuente: Deposit files


Aunque no es algo habitual, los accidentes ocurren, y dos machos pueden quedar completamente enganchados por sus respectivas cornamentas, haciendo que uno de los dos muera. Si esto ocurre, el otro macho está condenado a morir si no se actúa con prontitud, ya que el peso de su compañero acabará por dejarlo agotado y moribundo. 


El macho y su "harén"


Con el paso de las semanas, los machos más poderosos irán conformando su manada de hembras reproductoras, a las que vigilará constantemente por si otros machos tratan de cortejarlas y montarlas. Estas hembras, obtendrán los pastos más nutritivos en función del macho que se haya hecho con su control. Después del apareamiento otoñal, y si todo ha funcionado correctamente, una nueva generación nacerá antes del verano siguiente, dependiendo mucho de las condiciones meteorológicas. 


Gamo macho con una hembra

Los gamos y los corzos, otras especies de cérvidos presentes en España, cuentan con ciertas peculiaridades en sus respectivas berreas, pudiendo reconocer la especie que provoca los gritos sin ningún genero de dudas. En el caso del primero, su grito bien podría asociarse a un "eructo" humano. 


Gamo berreando en Lacuniacha (Huesca)


El gamo es un tipo de cérvido presente en España, aunque mucho menos numeroso que los ciervos y los corzos, y no presente en todas las comunidades autónomas, ya que su expansión es muy irregular. Por el contrario, las otras dos especies de cérvidos son fácilmente localizables en la península, contando con un alto número de ejemplares. En el caso del corzo, sus cantos guturales son similares al ladrido de un perro, como se muestra a continuación:


Corzo en plena berrea


 Tanto los machos de corzo como de gamo, producen sonidos contundentes pero breves, mientras que los ciervos son capaces de prolongarlos en la lejanía en tandas largas, que suelen entremezclarse con el sonido de otros machos de la especie. 


Berrea del ciervo en Valdemoros


Como vemos, los "cantos" de cada especie difieren mucho en su forma, aunque los tres tienen una intención común. Esta actitud, prolongada a lo largo de semanas, provoca un tremendo cansancio en los machos, debido a que sus tareas de vigilancia y marcaje son repetidas casi las 24 horas del día. En las horas centrales, estos ejemplares tratan de alimentarse y descansar, aunque todo dependerá del nivel de competencia de la zona. 

Por supuesto, de cara al humano, a mayor competencia, mayor espectáculo. Bastará con ubicarnos en el lugar adecuado y simplemente esperar a que el sol se oculte tras el horizonte. Esta espera debe realizarse con respeto y tranquilidad, ya que no debemos olvidar que nos encontramos en espacios naturales donde somos los invitados y no los protagonistas. La consigna de "no interferir" en estos procesos naturales debe de ser una premisa inquebrantable, ya que para los animales es un momento importante y estresante donde no debemos añadir más tensión por nuestra parte. 

En España, tenemos la gran suerte de contar con numerosas zonas donde se concentran grandes rebaños de ciervos corzos y gamos, y por lo tanto, la berrea está asegurada. 

Por ejemplo, en las cercanías de Herrera del Duque (Badajoz), se han creado una serie de miradores donde los animales pueden observarse con facilidad, tanto de día como de noche. Ese gran observatorio de la berrea es un sitio fascinante donde podremos encontrar a las tres especies de cérvidos nacionales, garantizándonos una experiencia única. Lamentablemente, los locales no siempre permiten disfrutar del espectáculo en el silencio que este merece, y la noche puede convertirse en una improvisada "fiesta" donde la grandiosa naturaleza se ve empañada por los actos humanos. 

Sin movernos de Extremadura, contamos también con otra zona de suma importancia, y no solo en cuanto a cérvidos se refiere, nos referimos sin duda alguna al gran Parque Nacional de Monfragüe, donde los ciervos se mueven a sus anchas a lo largo de todos los distintos paisajes que nos ofrece el entorno. 

Si entramos en esta demarcación, debemos de ser conscientes de seguir una estricta normativa al encontrarnos dentro de una zona protegida, con restricciones y normas que debemos acatar por el bien de los animales. Como contrapartida, podremos tener un contacto casi directo con decenas de especies de mamíferos y aves que pueblan los abundantes roquedos del parque. 


Tal vez algunos animales no estén de acuerdo con tanta norma


Si no podemos desplazarnos hacía zonas de monte abierto o no estamos preparados para ello, siempre nos queda la opción de visitar algunos de los parques faunísticos modernos, donde los cérvidos se encuentran en cautividad. Esta modalidad, mucho menos espectacular, podría estar diseñada para un público más infantil o con problemas de movilidad, ya que normalmente las rutas carecen de dificultad. Si optamos por esta alternativa, debemos de tener en cuenta los tiempos recomendados de la berrea, ya que pueden ser incompatibles con los horarios de los parques. 

A pesar de este handicap, la berrea se realiza durante todo el día, aunque con menos intensidad cuando el sol está en su máximo esplendor. 


Resultado de la berrea


Si las precipitaciones y el clima han sido propicios, los pastos ofrecerán a los cérvidos el alimento necesario para vivir y reproducirse. Si no interferimos, la berrea seleccionará a los ejemplares más competitivos y una nueva generación verá la luz al año siguiente. Si ponemos de nuestra parte, sabremos disfrutar de estos auténticos espectáculos naturales vistosos y gratuitos, y preservaremos parte del ecosistema que nos rodea. 

martes, 21 de enero de 2025

Santander apocalíptico: entre el vapor y el fuego.

Ya desde su fundación, Santander ha sido siempre considerada una ciudad clave en el comercio marítimo. Su gran virtud es poseer una enorme bahía natural de largas playas a salvo de las fuertes corrientes del normalmente embravecido mar Cantábrico. Las grandes olas generadas rompen incesantemente contra los escarpados acantilados de la fachada norte, a escasos cientos de metros de la capital cántabra. Algo muy distinto sucede en el interior del estuario, donde las aguas permanecen tranquilas, rodeadas de kilométricas playas de arena fina. 
En sus inicios, los puertos de Santander eran destinados al trasiego constante de todo tipo de mercancías provenientes de los puntos más diversos de la geografía española y mundial. Este tráfico aumentó de manera exponencial, haciendo de motor de una ciudad que creció enormemente en la edad media y siglos venideros. Con la llegada de la edad moderna, ya no fueron solo barcos mercantes, sino que el turismo comenzaba a llegar de manera masiva, atraído por los encantos de la ciudad. Los grandes barcos de transporte de personas y mercancías comenzaron a ver en la bahía el punto perfecto para iniciar sus viajes que conectan España con Reino Unido, y las enormes embarcaciones comenzaron a ser usuarios fijos de sus muelles. 


Santander, vista desde su bahía


En la actualidad, Santander ha conseguido fusionar en un mismo litoral el ocio de sus playas urbanas con el negocio de la pesca y el transporte. Por ello, la bahía se convierte en un hervidero de embarcaciones y personas, sobre todo con la llegada del verano y las buenas temperaturas. 
Pero, sus normalmente calmadas aguas, esconden una de las páginas más terroríficas ocurridas en España en los últimos siglos: la catástrofe del "Machichaco". 

El 3 de noviembre de 1893, una embarcación se aproximaba al muelle número 2 de la zona de Maliaño. Este barco, que había salido de Bilbao semanas atrás, había permanecido fondeado y bloqueado en la otra orilla de la bahía cumpliendo la reglamentaria cuarentena, ya que el cólera, una descontrolada enfermedad bacteriana de la época, había causado estragos en la capital bilbaína. Ante la imposibilidad de detectar científicamente si la tripulación portaba la tan temida enfermedad, el destino de todos los viajeros y sus mercancías era aguardar al menos 10 días sin contacto humano. Tras este tiempo, las autoridades portuarias verificaban el estado de salud del convoy, permitiendo o denegando su acceso a puerto.  Por suerte o por desgracia, el barco de nombre "Machichaco" , fue encaminado finalmente a la zona de muelles de la capital Santanderina. 


El "Machichaco". Fuente: El Diario


El mercante, impulsado por vapor, había zarpado de Bilbao en dirección a Sevilla, pertenecía a la compañía Ibarra, y recorría varios puertos cargando y descargando mercancías y bienes en cada una de sus escalas. En el momento de su atraque en el pantalán santanderino, el buque portaba más de 1500 toneladas de carga, almacenadas en su bodega y en su cubierta. De esa cantidad, muchos kilogramos estaban entre los considerados materiales inertes (que no pueden entrar en combustión), tales como hierro, hojalata o tornillos. Sin embargo, la pesada carga también constaba de numerosas unidades de brea, aceites, y unas 46 toneladas de dinamita, repartidas en numerosas cajas. 
A pesar de que una cifra ínfima de ese material iba destinado a la industria Santanderina, las autoridades navales desconocían que el barco poseía una carga tan destructiva en su interior. Esto se debe a que las leyes y las corruptelas de la época, no obligaban a declarar la carga a los barcos de cabotaje (técnica que consiste en descargar y cargar diversos materiales en cada puerto, haciendo que el barco nunca se encuentre vacío y siempre permanezca en ruta). 
Tras una complicada descarga que se iniciaba a primera hora de la mañana, dos tripulantes detectaron humo en una de sus bodegas, algo que comprobaron al desatrancar la puerta de ese mismo compartimento. Al entrar el oxígeno, el humo se convirtió en fuego, llegando muy pronto a la cubierta, azuzado por los materiales inflamables que portaba el barco. 
Sobre las dos de la tarde, el humo se hacía visible en el pantalán número 2 de la zona de Maliaño. Este hecho, alertó a los primitivos cuerpos de bomberos de la ciudad, que a toda prisa trataron de contener el fuego que se extendía fuera de control sobre la cubierta del Machichaco. 


Incendio del Machichaco


El humo, con el paso de los minutos comenzó a hacerse presente en todo el puerto, y muchos de los habitantes y trabajadores de las zonas colindantes se acercaron a los muelles con el simple objeto de curiosear. 
A partir de ahí, un cúmulo de casualidades iban a entrar en acción de manera despiadada. 
La noticia de que el carguero iba cargado de explosivos se extendió rápidamente por los presentes, haciendo que muchos de los presentes abandonaran el puerto y sus proximidades. Ante el nerviosismo, algunas voces comenzaron a aseverar que la dinamita había sido descargada ya y el peligro era inexistente. Este relato, fue creído a pies juntillas por los allí congregados, ya que se verificó que los operarios habían descargado dinamita en la ciudad, pero no conocían que solo se habían extraído unos pocos kilogramos de tan peligrosa carga. 
Aun así, y con todo el razonamiento científico a su favor, los más versados en estos temas afirmaban que la dinamita no podía explotar sin la existencia de un detonador, y efectivamente así era. 


Machichaco en llamas. Fuente: Prácticos de puerto


Por desgracia, los conocimientos sobre estos materiales no incluían el agua de mar y su  interacción con los materiales explosivos.
Tras romper varias de las compuertas interiores, los tripulantes lograron que las frías aguas del Cantábrico empaparan parte de la carga en llamas, desconociendo que la dinamita comenzó por este hecho a desprender pequeñas gotas de su componente más peligroso: la nitroglicerina. Debido a esto, todo el barco fue quedando impregnado de este producto, convirtiéndolo en una estructura a vulnerable a estallar. 
Como no podía ser de otra manera, y tras varias horas ardiendo, a las cuatro de la tarde una gran explosión hizo volar el carguero, arrasando gran parte de los muelles y de la propia ciudad. Debido a la magnitud de la detonación, el navío comenzó a hundirse. 


Recreación de la explosión. Fuente: Cant liberal



La deflagración del Machichaco fue tan potente que numerosas piezas del barco y del entorno fueron lanzadas a kilómetros de distancia, convirtiéndose en piezas de metralla que impactaron en un primer momento contra la muchedumbre allí congregada. 
Y es que el incendio del navío no hizo más que de reclamo para cientos de personas, que contemplaron horrorizadas como una nube de fuego y restos los barría de la zona portuaria. 
En total, casi 600 personas murieron en la explosión, y otras 2500 resultaron heridas, algunas de ellas horriblemente mutiladas.
Tras el desconcierto inicial, el caos se apoderó de toda la ciudad, y los escasos medios disponibles trataron de socorrer a la multitud afectada, que yacía en un amplio perímetro del litoral costero. 


Varias calles fueron completamente arrasadas. 


Según las investigaciones, la carga detonó porque los servicios de emergencia trataban de perforar el casco del barco para abrir vías de agua, y uno de estos certeros impactos contra un remache hizo de percutor sobre la totalidad de la carga. Esta solo fue una de las calamidades casuales que se alinearon aquella tarde en Santander, ya que fue una catástrofe completamente evitable si el barco hubiera declarado la carga que llevaba, ya que probablemente no le hubiera sido otorgado el permiso de descarga en ese muelle. Además, el propio cargamento que portaba (tornillos, raíles de tren y otras piezas metálicas) hizo que la explosión usara esos objetos como metralla, creando un daño aún mayor si cabe a los habitantes que allí se reunían. Por si fuera poco, el humo previo a la detonación provocó una enorme migración de curiosos a la zona, circunstancia que multiplicó el número de víctimas. 


Restos del barco hundido. Fuente: El diario


Durante décadas, por no decir siglos, los restos del Machichaco han ido emergiendo de las profundidades de la bahía, cada vez que las continuas remodelaciones de los muelles removían el fondo marino. 
A día de hoy, los efectos de la explosión son inexistentes, y la zona, más de dos siglos después, ha ido recuperando la normalidad, renovándose para acomodar las nuevas demandas que el puerto exige. 

Croquis de la zona afectada


La página web "Prácticos de puerto", hizo un perfecto ejercicio de superposición, ubicando el punto exacto donde hoy en día se ubicaría el barco Machichaco, al igual que dibuja la antigua línea de pantalanes y muelles. 
Si en la actualidad paseamos por la zona, encontraremos un monumento erigido en memoria de las víctimas del desastre ocurrido en 1893. 



Monumento en el 1900 y en la actualidad


Como vemos, el monolito erigido en 1897, no ha variado apenas ni en su forma ni en su estructura, convirtiéndose en prácticamente el único punto que rememora lo que allí ocurrió.
En fechas no muy lejanas (2020), la capital libanesa de Beirut sufrió unos acontecimientos que recuerdan por su forma a lo vivido en tierras cántabras, ya que tras un incendio en la zona de almacenes del puerto, una enorme cantidad de nitrato de amonio detonó brutalmente, haciendo desaparecer gran parte de la zona portuaria y afectando gravemente a miles de edificios cercanos. El suceso provocó que 220 personas murieran y otras 300.000 se quedaran sin hogar. 


Recopilación de Euronews


Tal vez, la sucesión de vídeos que publicaron los desafortunados libaneses que tuvieron que presenciar la explosión, podría darnos una idea acerca de lo que sufrieron los santanderinos siglos atrás. 

A pesar de la gran catástrofe vivida por la ciudad, Santander consiguió reconstruirse y borrar las cicatrices del Machichaco, aunque la calma solo duraría unas décadas, ya que el peligro comenzaría a cernirse nuevamente sobre la bahía, esta vez en forma de viento. 
En 1941, y tras las enormes penurias vividas durante la guerra civil terminada en 1939, la capital santanderina trataba de volver a una suerte de normalidad, al igual que el resto de los habitantes de una España hambrienta y parcialmente devastada. 
El 15 de febrero, los barcos se agitaban en el puerto debido a una grave depresión atmosférica que estaba generando vientos de aproximadamente 200 kilómetros por hora. Esta cifra, simplemente orientativa, fue dada tras la destrucción de todos los anemómetros y estaciones meteorológicas de la zona por la propia tormenta. 
En las cercanías de la zona portuaria, una pavesa de una chimenea provocó un pequeño incendio, que debido a la velocidad del viento, pronto tomó carices apocalípticos al barrer todo lo que se encontraba a su paso. Esta teoría nunca pudo ser demostrada, y otros optaban por achacar el fuego a un cortocircuito en el tendido eléctrico.


Incendio de 1941. Fuente: Diario Cantabria


Las llamas, que se iniciaron en la calle Cádiz, muy pronto se encaminaron hacía el casco histórico de la ciudad, devorándolo casi por completo. 
Debido a que la zona central de la ciudad se encontraba en una colina, las laderas propiciaron que el incendio se hiciera más peligroso y voraz conforme avanzaba por sus calles. 


Santander arrasada. Fuente: El tomavistas


En aquella época, muchas de las casas poseían cantidades ingentes de madera en sus estructuras. Además los muebles y enseres también estaban hechos de materiales combustibles, lo que hacía casi imposible la extinción del fuego. 
Por si fuera poco, una mala ordenación de los inmuebles hacía que estos estuvieran demasiado juntos entre sí, lo que provocaba que las llamas pasaran de uno a otro sin apenas esfuerzo. 


Autoridades en el entorno de la catedral


Como era de esperar, la única posibilidad de intervención por parte de los servicios de extinción llegó con el cese del potente vendaval, ya en el tercer día. A estas alturas, casi todo el centro histórico quedó completamente destruido, y decenas de miles de personas perdieron sus viviendas. 
Además, el rastro del fuego arrasó la parte comercial de la ciudad, por lo que se produjo un gravísimo desabastecimiento que las autoridades trataban de subsanar, mayoritariamente en vano. 
Por si fuera poco, el humo convirtió la capital cántabra en un pozo de aire irrespirable y destrucción, donde sus habitantes vagaban sin rumbo por las calles. Mientras tanto, los que habían perdido sus casas, depositaban sus enseres en cualquier esquina, tratando de resistir el frío invierno que sobre ellos se cernía.
Se cree que 10.000 personas fueron afectadas de manera directa por las llamas, aproximadamente un 10% de los residentes en la localidad. Muchas familias perdieron sus casas, y otras muchas sus negocios. 
Además, los hospitales se colapsaron debido al centenar de heridos que había provocado el incendio. Por "suerte", tan solo dos personas perdieron la vida, puesto que quedaron atrapadas bajo estructuras derrumbadas.


Mapa superficie afectada. Fuente: Diario montañés


El cuarto día, las condiciones meteorológicas volvieron a cambiar, y una fina lluvia comenzó a caer sobre la capital santanderina. Este hecho, provocó que el incendio pudiera darse por controlado, aunque se tardaron dos semanas en calificarlo como extinguido. 
El denso humo fue desapareciendo y las consecuencias de la catástrofe comenzaron a ser perfectamente visibles. Un gran solar sin apenas estructuras reconocibles se había apoderado del centro de Santander, y decenas de miles de vecinos comenzaron una migración forzosa a otros puntos de la comunidad y de la península. 


Santander arrasada. Fuente: El diario


Contra todo pronóstico, la devastación dio paso a la esperanza, y el desastre dio paso al negocio. Toda la zona centro de Santander comenzó una profunda reorganización, y los nuevos edificios comenzaron a poblar rápidamente las zonas quemadas. Este decidido paso urbanístico, llevó a una mejor planificación de la ciudad y una modernización nunca antes vista. Con la experiencia que las catástrofes le habían otorgado a la fuerza, la localidad tomó medidas de prevención que asegurarían su supervivencia en el futuro. 
Gracias a este impulso, los habitantes que habían perdido todo, consiguieron una fuente casi inagotable de empleo en su propia ciudad, y se paró en seco la migración hacia otras partes de España, haciendo que los barrios santanderinos volvieran a llenarse de vida. 
Desde la década de los 40, y tras el pavoroso incendio que asoló la ciudad, la capital cántabra convive en paz y armonía con su bahía, tolerando a los navíos que entran en sus aguas, y superando sin nervios las continuas "suradas" (como se conoce en la zona a los predominantes vientos del sur) que la bahía le arroja con periodicidad. 
Por suerte, la época de las grandes catástrofes fue superada, y exceptuando los ordinarios accidentes que cualquier urbe puede sufrir, la vida es habitualmente tranquila en la zona. De hecho, las sucesivas desgracias siempre conllevan un aprendizaje que se traduce en nuevas normas de seguridad para evitarlas en el futuro. 
A veces, solo una concatenación de circunstancias es suficiente para desencadenar un apocalipsis en la tierra, y Santander parece haber aprendido de sus errores, algo que solo el tiempo podrá confirmar.


La tranquilidad hecha realidad





jueves, 16 de enero de 2025

La Mussara: la leyenda de las ranas.

Transcurría el siglo XII en Cataluña, cuando la sierra del Baix Camp, vio florecer una nueva aldea en la cima de su zona montañosa. Esta pequeña localidad fue bautizada con el nombre de La Mussara, comenzando una historia llena de leyendas y de ficción. 
Ya en el siglo XIV, el poblado pasó a pertenecer al condado de Prades, y dos siglos más tarde se incorporaría al de Villaplana. Estos cambios de titularidad respondían a las constantes particiones que a lo largo de la historia, condes y reyes han hecho con sus dominios. 
Sus habitantes consiguieron resistir los envites de la madre naturaleza, ya que el clima de esta zona tarraconense era duro y hostil. El poblado, que gran parte del año permanecía sumido en la niebla, alternaba este fenómeno meteorológico con largas etapas de vientos y lluvia intensa. Tal vez se podría decir que esta zona aunaba lo peor de la montaña y lo peor de las zonas costeras climáticamente hablando. Además, la comarca atravesaba por largas sequías, haciendo que muchos años la actividad productiva de la localidad quedara completamente destruida. 
No era raro, por tanto, ver a los habitantes de la Mussara desplazarse a las poblaciones cercanas como Reus en busca de alimento o solicitando ayuda. 
El agua, ese bien escaso, cuando caía lo hacía de manera torrencial, llenando una gran charca al lado de la iglesia, lo que era celebrado por los autóctonos, sabiendo que tenían el líquido elemento garantizado durante unas semanas más. Debido a esta lámina de agua situada en el centro de la población, hizo que sus habitantes fueran conocidos como "las ranas". De hecho, el estanque contaba con numerosos anfibios de este tipo.



La Mussara y su charca. Fuente: Barcelona secreta


Mientras las comodidades como la electricidad llegaban a la llanura, La Mussara iba cayendo en el olvido, solamente sustentada por los esfuerzos de los cada vez más escasos vecinos. 
Sin embargo, tras resistir numantinamente a las adversidades, todos se vieron obligados a emigrar de sus casas, ya que una plaga de filoxera acabó con los cultivos, dinamitando la economía de la mayoría de familias. Desde principios del siglo XX, una a una, las 22 casas vecinales fueron quedando progresivamente deshabitadas, hasta que el último de sus habitantes cerró para siempre la suya. Este hecho se produjo en 1959, y las construcciones nunca volvieron a ser pobladas. 


La Mussara abandonada. Fuente: viajando Santiago


Sin saber muy bien la causa, el pueblo vacío fue ocupado por mitos leyendas, cuyos orígenes se remontaban en ocasiones siglos atrás. Una de las historias más relatadas contaba como un general carlista, denominado Cercós, había sido herido por un fusil en la sierra de Pamiés, y fue enterrado en el poblado junto a la iglesia en el más absoluto silencio, ya que el líder militar se había granjeado grandes odios entre el bando rival. Con el paso de las semanas, el rumor de que su cuerpo se hallaba en el cementerio del asentamiento, hizo que se organizara un grupo destinado a comprobar la veracidad de las habladurías, que ya se extendían por todo el frente.  
Sin perder tiempo, el comando se trasladó hasta la Mussara, pero vecinos de la zona se anticiparon a sus movimientos y se ocultaron en los bosques cercanos. Cuando el contingente de voluntarios llegó al cementerio, comenzaron a profanarlo desenterrando a varios inocentes vecinos que allí reposaban eternamente. La labor, que les llevó casi todo el día, terminó ya en noche cerrada, cuando el último ataúd fue sacado del camposanto. Para su sorpresa, el cuerpo pertenecía a una mujer, lo que descartó inmediatamente la idea de que fuera el general carlista. Aun así, decidieron incorporar el féretro y colocarlo de pie, al tiempo que disparaban sus fusiles en un acto simbólico provocado por la rabia. Cuando el impacto de los proyectiles hizo su efecto en el descarnado cuerpo, este cayó, abalanzándose hacia los militares. Estos comenzaron a replegarse atemorizados, creyéndose presa de una extraña maldición.
Finalmente, y con la salida del sol, los vecinos comprobaron que el séptimo y único ataúd que no había sido desenterrado era el del capitán, algo que los soldados habían pasado por alto, creyendo que no se encontraba en el lugar. 


Parte del cementerio en la actualidad


 Esta historia, claramente distorsionada por el paso del tiempo, no hizo más que espolear el nacimiento de otras historias igual de fantásticas e imaginativas. El intento de posicionar a la Mussara como un pueblo maldito llevó al imaginario colectivo al límite, creando incluso leyendas de cuando los musulmanes estaban aposentados en la zona. 
Se dice que durante la estancia de los reinos árabes, estos habían invocado a los Yinn, unos  desdibujados entes que habitaba en una realidad paralela y eran capaces de controlar los cerebros y sentimientos de todo aquel que se atreviera a ingresar en el poblado y sus alrededores. Según los relatos, cualquier ser humano podía viajar a la dimensión de los Yinn, ya que la predominante niebla hacía de puerta hacía esta realidad imaginaria.


Vistas desde la Mussara hacia la llanura


Estas leyendas permanecen hasta nuestros días, respaldadas por las desapariciones que se han producido en la zona.  En la época moderna, se produjo una de las más sonadas, cuando un granadino, llamado Enrique Martínez, despareció en las cercanías del poblado mientras buscaba setas junto con otros 3 amigos. Este suceso, ocurrido en 1991, desató una gran expectación, ya que el amplio dispositivo de búsqueda no fue capaz de encontrar al joven, y solo sus amigos encontraron su cesta de mimbre con algún hongo en su interior. Este hallazgo, fue la última pista que Enrique dejó en la zona. 
Más de 3 décadas después, su paradero sigue siendo un auténtico misterio. Las teorías más racionales sugirieron que el hombre pudo desorientarse con la niebla, y haber caído en alguna de las numerosas simas de la zona, incluso haberse precipitado por uno de los elevados riscos que rodean la Mussara. Incluso, los más osados sugieren que fue una desaparición voluntaria. 


Zona boscosa de la desaparición


A pesar de que ninguna de las teorías puede ser corroborada, mientras Enrique permanezca desaparecido, los creyentes en lo paranormal se reafirmarán, ligando el destino del joven a las numerosas historias que confieren ese halo de misterio tan característico a estos parajes. 
Según estas fuentes, el granadino habría utilizado la niebla como portal, llegando al mundo donde habitan los Yinn para no volver jamás. En su defensa, alegan que el nombre de la Mussara, investigado en su forma más antigua, establece que el poblado es el "lugar destinado a marchas", confiriendo a la zona el poder de viajar por distintas dimensiones. 


Iglesia y charca llena de vegetación

 
Uno de los actos más estrambóticos sucedió meses después de la desaparición de Enrique, cuando los amigos que lo acompañaban el día de autos, volvieron a la zona en busca de su compañero. Al anochecer, y cuando las fuerzas les abandonaron, establecieron un campamento improvisado en la Mussara. Según sus vivencias, que comunicaron formalmente al juez que instruía el caso, unos ruidos de cascos de caballo llamaron su atención, y al salir a la zona central del pueblo, pudieron divisar la silueta de 7 figuras vestidas con túnicas rodeando la iglesia. Jorge Boluda, sumido en el nerviosismo, aseguró en dependencias judiciales que tras escuchar cascos de caballo que se acercaban en la oscuridad, acudió hacia la esquina de un edificio en ruinas para poder ver a los animales, y que al hacerlo, había descubierto la figura de varios personajes con apariencia de monjes que accedían al interior de la iglesia.  


Iglesia de la Mussara


Como no podía ser de otra manera, la noticia corrió como la pólvora, y los amantes de lo paranormal comenzaron a tomar el pueblo armados con cámaras de fotos y grabadoras. Según algunos de estos grupos, las "voces del más allá" copaban con frecuencia las grabaciones, arremolinándose en torno a la iglesia de la localidad. 
Parece que muchos de estos sucesos sin explicación tomaron la iglesia como sede, y muchos amantes del esoterismo sacaron a la luz un relato de los años 50, en el cual, el monaguillo del poblado, trató de vengarse de un vecino que maltrataba a su familia. Durante una noche cualquiera, el acólito anunció al maltratador que esa mañana partiría del pueblo para tierras desconocidas, y que iba a dejar un dinero enterrado, que si no volvía, sería para él. El vecino, lleno de codicia, acompañó al joven a través del bosque con solamente la luna iluminando el camino. En un momento dado, el monaguillo atacó al vecino con el puñal, pero la víctima consiguió zafarse y huir hacia el pueblo. El joven, consciente de que su ataque iba a ser revelado a sus familiares cercanos, se encaminó hacia una torre de tensión con la intención de escalarla y arrojarse al vacío desde su cima, pero una descarga lo mató antes de que pudiera culminar su ascensión. 


Restos derruidos de una edificación


La suma de historias y la sensación de que algo raro pasaba en la Mussara, fueron convirtiendo al despoblado en uno de los epicentros del misterio español, un fenómeno que iba aumentando día a día y al cual no se le aventuraba un final en el corto plazo. Los numerosos grupos de investigación ya presentes, comenzaron a combinarse con los que simplemente buscaban vandalizar el lugar, llenando las paredes de pintadas y saqueando el escaso patrimonio que aún quedaba en el pueblo. 


Una culebra de collar deambula por la charca


La fama del pueblo se multiplicó cuando varios programas de misterio de la época amplificaron sus leyendas a través de sus reportajes, convirtiendo en verdad sagrada las leyendas y exageraciones. Y es que, por mucho que nos parezcan atractivas y magnéticas las teorías de lo oculto, la "aburrida" verdad suele ser siempre la más plausible. La única suerte es que la Mussara ya se encontrara despoblado cuando esta oleada de personas llegaron, ya que si hubiera seguido habitado, sus habitantes hubieran sido estigmatizados de por vida. 
Todos los pueblos abandonados tienen una historia común detrás, una mochila de emociones, en gran parte llenas de tristeza y desarraigo, ya que cada despoblado es un proyecto de vida fallido de alguien que lo intentó. Este municipio tarraconense no es más que otro núcleo de economía de subsistencia que se vio arrasado por las nuevas comodidades que ofrecían las poblaciones cercanas. 


 Las ranas son y serán el alma de la Mussara


A pesar de lo mencionado anteriormente, la Mussara es un excelente banco de pruebas si nos queremos dejar llevar por las leyendas y el misterio, aunque para ello deberíamos de saber desconectar nuestro lado más racional y tratar de asimilar las leyendas como historias vivas y ciertas, algo que no es fácil de lograr. En caso de lograrlo, podremos disfrutar de una emocionante y grata experiencia en los paisajes desolados del despoblado. Tal vez, si coincide nuestra visita con un día de niebla espesa, sea nuestra cabeza la que nos juegue una mala pasada y demos por válidas las teorías más paranormales que envuelven el lugar.