Hace casi 2500 años, la península Ibérica era un hervidero de tribus y clanes que pujaban por establecerse en los vastos territorios de lo que hoy conocemos como España. Miles de hombres y mujeres deambulaban por el continente europeo, aprovechando las entonces primitivas rutas comerciales, tratando de escapar sobre todo de los duros climas del norte. Entre ellos, un gran número de migrantes conocidos como "vetones", se asentaron entre los ríos Duero y Tajo, en pleno sistema central. Aunque su presencia no se extendió más que unos pocos siglos en el tiempo, llegaron a ocupar amplias zonas entre las ciudades actuales de Salamanca, Ávila y Cáceres.
A pesar de las dificultades con las que se encuentran los historiadores y arqueólogos, estos coinciden en que la tribu llegó desde el norte de Europa, y se cree que tenían una arraigada fama de viajeros, guerreros y saqueadores. Aunque pueda parecer que eran mal vistos, lo cierto es que el resto de pobladores de aquella época coincidían en su manera de afrontar la vida y modus operandi con los vetones. Como podemos imaginar, la violencia y los cambios de territorio imperaban en el día a día de la época.
De tal manera, las primitivas sociedades poseían una economía de subsistencia, combinando la recolección de frutos y la caza, con el cultivo de tierras y la crianza del ganado propio. Además, ciertos clanes como los vetones, llegaron a formar su seña de identidad propia gracias a su arqueología, que a pesar de su simpleza, ha perdurado en el tiempo.
Y es que estos clanes, que convivieron en el tiempo con sociedades llenas de misticismo como los celtas, no se quedaron atrás, y crearon sus propias defensas contra lo invisible. En su caso, nos hicieron llegar hasta nuestros días sus famosos "verracos" de piedra. Estas figuras zoomorfas, que representan toros, cerdos y jabalíes, habrían servido como amuletos, propiciando las buenas cosechas y el buen resultado de sus técnicas ganaderas. Además, estas moles de piedra habrían servido para delimitar su territorio, advirtiendo a otros posibles invasores que esas tierras les pertenecían.
Todas estas conclusiones, son meramente teóricas, ya que no existen pruebas fehacientes de estos acontecimientos, borrados ya por el inexorable paso del tiempo. De hecho, no sería hasta unos pocos siglos después, con la llegada del imperio romano, cuando empezarían a surgir historiadores de renombre, que comenzaron a documentar extensamente todo lo que ocurría en su tiempo.
Así pues, cada nuevo hallazgo sobre los vetones es tomado como una gran victoria, ya que viene a cubrir esos enormes huecos en la historia de esta antiquísima sociedad prerromana. De hecho, los vetones saltaron a los titulares de toda la prensa española, cuando un verraco que se encontraba oculto apareció en unas obras de restauración anexas a la muralla de Ávila, volviendo a despertar la curiosidad sobre este clan por parte del público general. Este descubrimiento no fue único, ya que en la propia capital abulense se han encontrado varias de estas esculturas zoomorfas, quedando repartidas a día de hoy por toda la ciudad.
Pero sin duda, la agrupación más famosa de estas reliquias pétreas se encuentra cerca de la localidad de El Tiemblo, también en Ávila, donde reposan cuatro de estas obras, conocidas como "los toros de Guisando".
Este recinto, completamente habilitado para su visita, cuenta la historia de las cuatro piezas arqueológicas, así como unas breves pinceladas de sus creadores los vetones.
Las esculturas, datadas entre el siglo IV y el siglo III AC, presentan más dudas que certezas, ya que ni siquiera se sabe si están representando a toros o a cerdos sementales (verracos), y no han sido encontrados en un entorno arqueológico completo, por lo que apenas se sabe nada de ellos.
Siglos más tarde, algunos acaudalados romanos, grabaron en sus costados leyendas en latín, honrando a sus luchadores o a miembros difuntos de su propia familia. Hoy en día, aún son apreciables las inscripciones en el granito, aunque los historiadores no están seguros de la veracidad de todas ellas.
Este desconocimiento histórico general, provoca una curiosidad exacerbada sobre los vetones y sus figuras, dando al lugar un halo de misterio difícilmente superable si tenemos en cuenta que "solo" se trata de cuatro esculturas toscamente talladas en la piedra.
Por suerte, los vetones no solo dejaron sus figuras zoomorfas, sino que aún perduran los restos de sus asentamientos. Uno de los más reseñables, denominado "Ulaca", se encuentra a escasos 40 kilómetros de los toros de Guisando y muy cerca de la capital abulense. Allí, en una montaña de laderas escarpadas, las primitivas murallas delimitan el espacio donde 1500 habitantes hacían frente a los rigores climáticos y bélicos de la época.
El paraje, que encierra formaciones rocosas extremadamente curiosas moldeadas por la erosión, parece sacado de una película de ciencia ficción, ya que muchas de estas rocas se encuentran en un equilibrio casi imposible.
En agosto de 2021, un gran incendio, iniciado en una carretera cercana por la avería de un vehículo, arrasó por completo las 70 hectáreas de las que se compone el yacimiento. Esta extensión, se sumó al total de 10.000 hectáreas calcinadas, provocando la devastación completa de la zona afectada.
Hoy en día, ya no se pueden apreciar a simple vista las huellas del fuego, pero si que uno tiene la sensación de deambular por un paraje casi desértico. Por suerte, la aparición de las primeras especies arbustivas y la ganadería de la zona, brinda algo de vida a un paisaje casi moribundo.
Tras afrontar una gran subida por senderos pedregosos, nos toparemos con la primera línea fortificada del asentamiento, una gran barrera de piedras amontonadas que conforma la primitiva muralla.
La ubicación del poblado, ubicado a más de 1500 metros de altitud, unido a la presencia de estas estructuras, otorgaban un grado máximo de seguridad a sus habitantes, pero generaba grandes problemas logísticos al tener que ascender y transportar víveres y útiles desde los campos cercanos.
Basta con echar un rápido vistazo al murallón para ser conscientes de la dureza de la vida en aquella época. El inclemente tiempo reinante, la altitud, el peso de las rocas, y la escasa tecnología reinante, convertirían la existencia de cualquier vetón en algo digno de admirar. De hecho, la edad media de la población rondaba la treintena, algo más que reseñable, dada la dureza de sus actividades.
A pesar de lo que pueda parecer, los vetones lograron dominar el terreno en el que se instalaron, y trataron de hacer su vida agradable y cómoda dentro de las limitaciones de la zona. Un claro ejemplo es la estructura de una sauna, que ha llegado en relativo buen estado hasta nuestros días.
Si los historiadores y arqueólogos están en lo cierto, los vetones fueron capaces de conseguir los suministros básicos para más de 1000 personas en lo alto de una montaña, un objetivo que, a simple vista, es imposible de lograr con las infraestructuras de la época. En nuestros días, los sistemas necesarios para abastecer de agua a una localidad semejante requeriría de una estructura nada desdeñable. Además, otra de las líneas básicas sería para evacuar los deshechos generados por la población.
Sea como fuere, los vetones consiguieron poblar la cima, y todavía podemos ver los restos de sus viviendas adaptándose a las caprichosas formas de la roca.
Como ya hemos visto, los vetones trabajaron duro, y todo ello lo hicieron sin descuidar su lado más espiritual. En una zona del castro, moldearon el espacio para celebrar sus rituales y ofrendas a sus deidades. Por desgracia, hoy en día desconocemos a que alababan o a qué temían, aunque se intuye que sus ritos irían en consonancia con el resto de tribus coetáneas, y los elementos naturales que afectaban a las cosechas serían su principal preocupación.
Para estimular los procesos productivos, el poblado contaba con un santuario, presidido por un espectacular altar de sacrificios, que ha llegado casi intacto hasta nuestros días.
Probablemente los vetones no eligieran la ubicación de su ciudad de una forma azarosa. El paisaje, con sus rocas moldeadas de maneras imposibles, tal vez ejercieron un papel determinante a la hora de planificar la creación del castro. En esa cultura milenaria llena de supersticiones, es probable que la simbología de estos parajes transmitiera mensajes que hoy en día hemos dejado de percibir. Además de su posición elevada e inexpugnable, parece que la ubicación de Ulaca buscaba una manera de estar más conectada con sus dioses y tradiciones. Como no podía ser de otra manera, en el propio recinto amurallado se han encontrado los ya famosos verracos de granito, siendo visitables actualmente en alguna de las localidades cercanas al yacimiento. Estas moles pétreas, son exhibidas a día de hoy con orgullo por parte de los locales, quienes han elevado sobre pedestales las figuras, como es el caso del ubicado en el pueblo cercano de Solosancho.
Por suerte o por desgracia, los vetones desaparecieron de la península ibérica con la romanización, ya que multitud de tribus y clanes sucumbieron al poderío militar de la antigua Roma, hibridándose en todos los sentidos con los nuevos pobladores. Aquellos que osaron resistir al imperio, acabaron en su mayoría derrotados con gran crudeza ante su implacable ejército. De hecho, asentamientos ya visitados por este blog, fueron casi aniquilados de la faz de la tierra, como es el caso del poblado celtíbero de Numancia.
A nivel cultural, se formó una gran maraña en la que era muy complicada la separación entre las costumbres locales y las importadas, haciendo imposible su estudio por separado. Como ocurre en la mayoría de casos, las lenguas, los ritos y las tradiciones están en constante cambio, siendo alimentadas e mezclándose unas con otras. De hecho, con la llegada del cristianismo, toda la historia anterior trató de borrarse rápidamente para facilitar la implantación de las nuevas creencias. Este proceso hizo que muchas de las historias quedaran en el olvido, y otras fueran retocadas y tergiversadas. Los hombres de poder, que tenían los medios para extender sus dogmas de manera oral y escrita, confeccionaron un relato personalizado sobre este pasado no escrito, orientándolo a sus objetivos, que normalmente se alineaban con la consecución de más poder. Con el paso de los siglos, estas creencias mayoritarias irán en retroceso, dando la oportunidad a que nuevas teorías se implanten y desarrollen, y probablemente parte de la historia actual se vea difuminada a ojos del ser humano del futuro lejano. No es descabellado que un día nuestra civilización, que hoy creemos moderna y avanzada, sea borrada de la historia, al igual que otras civilizaciones borraron a los vetones de su memoria.