Caía la noche del 8 de enero de 1959 en Ribadelago (Zamora). El día, había transcurrido con normalidad, y los habitantes de esta localidad zamorana se arremolinaban en torno a los fuegos que cada familia tenía en su casa. La vida alrededor del lago de Sanabria era sencilla pero dura. La mayoría de los habitantes se dedicaban a la ganadería, lo que les exigía un trabajo constante, endurecido por las condiciones climáticas del valle donde estaba incrustado el lago de origen glacial. La hambruna de la guerra aún no había desaparecido totalmente, y los conflictos con las autoridades eclesiásticas y franquistas no habían cesado en ningún momento. La pesca en el lago debía de hacerse casi furtivamente para que no llegara a oídos del clero y de las autoridades del dictador. Era evidente que los roles casi feudales se mantenían intactos, en una comunidad prácticamente aislada del resto de España.
A pesar de que la situación en la provincia no era mucho mejor debido a la no tan lejana guerra y postguerra, las familias hacían enormes esfuerzos por facilitar la salida de los más jóvenes a las ciudades más pobladas en busca de un futuro alejado de la pobreza perenne a la que estaban acostumbrados los vecinos de Ribadelago.
En los últimos años, y debido al aislamiento con los países vecinos, el régimen de Franco había estado construyendo numerosas presas y embalses, destinados a la generación eléctrica, beneficiando a un sector industrial cada vez más mermado ante la imposibilidad de importar y exportar bienes con otros estados.
La zona montañosa que flanqueaba el Lago de Sanabria, fue elegida para la construcción de un sistema de presas que proporcionaría energía, gestionada por la empresa nacional Moncabril, que se encontraba en exponencial crecimiento debido a la multitud de obras que regentaba en la zona de Orense y Zamora.
Como se puede observar en la fotografía, el lago de Sanabria estaba en el punto de mira de un gran proyecto de presa hidráulicas. En los años 50, los habitantes de la zona veían con buenos ojos las obras en la zona, puesto que muchos de ellos no tardaban en encontrar empleo en las diversas tareas que necesitaban mano de obra normalmente poco cualificada.
La empresa Moncabril, que ofrecía condiciones duras de trabajo, y sueldos nada acordes al riesgo, se comportaba en forma y diseño como una mafia, premiando a los fieles y castigando a los díscolos que empezaban a surgir debido a los bajos sueldos y continuos accidentes.
En el año 1954, la presa del embalse de Vega de Tera comenzaba a construirse. Debido a la altura a la que se encontraba y la dureza de los caminos, los trabajos de los obreros se convertían en heroicos, azotados por las nevadas, el frío, y las enfermedades de los pulmones resultantes de horadar las piedras.
En aquella época, la edad no era un problema
Dada la escasez de presupuesto, el escaso control del dinero, y la falta de cualificación en todos los niveles jerárquicos, la presa de Vega de Tera comenzaba a erigirse con materiales de dudosa calidad. Eran los propios trabajadores quienes contaban historias de animales muertos vertidos junto con otros materiales de deshecho donde supuestamente solo debía de admitirse hormigón de buena calidad. Es de comprender, que en el contexto de la época, un ahorro en los materiales constituía una buena noticia, pues eso dejaba dinero "libre" para bolsillos agradecidos y otros menesteres.
Los vecinos de Ribadelago, muchos de los cuales eran trabajadores de la empresa de construcción de la presa, dudaban de su seguridad, y sus miedos se convirtieron en realidad una noche del invierno de 1959.
La presa terminada (Fuente:Alberguería)
A pesar de que el embalse y su respectiva presa se hallaban plenamente construidos en 1957, fue en enero de 1959 cuando a varios vigilantes les llegó la orden de cerrar las compuertas y completar su llenado máximo aprovechando las copiosas lluvias que caían en la zona. Con escasa formación y medios, los operarios van señalando con un lápiz el nivel del agua, que subía peligrosamente y amenazaba la integridad de la estructura. Apresuradamente tratan de abrir los aliviaderos, pero estos no funcionan correctamente, los defectos en la construcción continúan pasando factura a la obra.
La noche del 9 de enero, ya de madrugada, un gran estruendo despierta a dos operarios que dormían en una caseta destinada al control a escasos metros de la presa. Al salir a ver el motivo del ruido, les es imposible apreciar lo que ha ocurrido, puesto que la niebla de la zona se lo impide. Con las primeras luces, sus peores temores se confirman: la presa se ha roto.
La presa amanece partida en dos
Cuando estos hombres empiezan a ser conscientes de los sucedido, ya es demasiado tarde. Alarmados, comienzan a recorrer el camino que lleva a su propio pueblo, donde se encuentran sus familias: Ribadelago. Evidentemente, cuando llega la voz de alarma, ya todo está perdido. El normalmente amable Río Tera, ha comenzado a rugir en mitad de la noche, y ha entrado en la localidad por su zona norte, arrastrando todo a su paso. Escenas dantescas comienzan a surgir, y una nube de gritos entremezclados de los vecinos empieza a ser la constante banda sonora de la noche.
Los más afortunados, consiguen ascender a las zonas más altas del pueblo que no han sido anegadas, incluso subiendo a los tejados de sus casas, tratando de escapar de una ola que parece no tener fin.
Fuente: El Mundo
Las primeras luces del día confirman la magnitud del desastre. El agua ha demolido parcial o totalmente las viviendas que se ha encontrado en su camino, arrastrando a sus habitantes hacía el lago. Ribadelago es una nube de piedras, madera y enseres, solo poblado por los desolados vecinos que buscan a sus desaparecidos. De los 550 habitantes del pueblo, 144 murieron esa noche, además de todos los animales de corral que llenaban las casas de la localidad.
Los que habían logrado sobrevivir, se encontraban en condiciones penosas, debido a la conmoción vivida y las bajas temperaturas, por lo que tuvieron que ser acogidos en un primer momento por sus vecinos.
Con lentitud, los cuerpos de rescate comenzaron a llegar a la zona del desastre. A diferencia de tiempos modernos, la inexistencia de comunicaciones complicaba las labores de movilización y asistencia con la urgencia y volumen que una situación así requería.
Cuando los mandos militares tomaron el control, poco pudieron hacer por los habitantes desaparecidos. El lodo arrastrado, mezclado con los enseres y escombros, había cambiado las condiciones del lago de Sanabria, y sus aguas dejaron de ser cristalinas durante meses.
De los 144 fallecidos, solo una veintena aparecen en un primer momento.
Mientras los militares montaban pontones de emergencia para acceder a todas las partes del pueblo, eran los propios vecinos quienes empezaban a merodear en torno al lago buscando a sus familiares.
Los ataúdes comienzan a desfilar. Fuente: El Mundo
Las labores de rescate de los desaparecidos resultan prácticamente infructuosas debido a las condiciones del lago, y se tiene que solicitar la entrada de un equipo especial de buzos que, a pesar de no tener visibilidad alguna, logran recuperar algunos cuerpos ante la atenta mirada de los vecinos. Al finalizar las labores subacuáticas, solo 28 cadáveres pudieron ser recuperados para darles sepultura.
Buzo en el lago de Sanabria. Fuente: Opinión Zamora
La noticia de la tragedia se extiende lentamente, y familiares emigrados de Ribadelago vuelven al desaparecido pueblo para averiguar el paradero de sus familias y sus escasas propiedades. Mientras tanto, el franquismo comienza a maniobrar para evadir cualquier responsabilidad y los medios de comunicación comienzan a tejer una cortina de humo que deja a Ribadelago en el más absoluto olvido de cara al resto del país. El gobierno de Franco achaca la tragedia a una catástrofe natural e imprevisible y pasa página inmediatamente sin dar explicaciones.
Al mismo tiempo, en las mismas ruinas de la localidad, avispados negociadores de la empresa Moncabril comienzan a engañar y dividir a los vecinos, que aceptan ridículas indemnizaciones por las pérdidas ocasionadas por las reiteradas negligencias de la compañía.
Tras unos meses, el gobierno de la nación, apuesta por realojar a los vecinos en lo que será denominado como Ribadelago de Franco, aunque con la llegada de la democracia sería conocido como Ribadelago Nuevo. Este proyecto, que cuenta con la aceptación de los vecinos (al carecer de cualquier alternativa), es construido en un tiempo récord.
Un año después de la catástrofe, Ribadelago Nuevo se inaugura oficialmente. Este nuevo asentamiento, nada tiene que ver estructuralmente hablando con su predecesor, ya que se trataba de un diseño originariamente pensado para instalar en Badajoz, por lo que sus paredes ya no son de piedra, y ostenta el color blanco en sus fachadas.
Los nuevos habitantes no parecían contentos con el regalo de la dictadura, ya que sus nuevas casas no estaban diseñadas para sus necesidades, como las de tener el ganado dentro de casa para proporcionar calor, y seguridad reforzada para los animales.
Ribadelago Nuevo. Fuente:Zamorateca
Para tratar de compensar a los vecinos por los recuerdos perdidos, el estado trasladó la espadaña de la iglesia del pueblo viejo que había quedado casi en ruinas, y la colocó en un punto importante de la nueva villa. A día de hoy, la pieza sigue colocada en las proximidades de las viviendas.
A escasos metros del pueblo nuevo, el Río Tera sigue transcurriendo con normalidad, y no son pocos los que desconocen los secretos que guarda.
Río Tera, a su paso por el pueblo
Algunas de las casas que permanecen en sus orillas, pertenecen al defenestrado Ribadelago Viejo, pero se salvaron, ya que no se encontraban en la trayectoria que siguió el desbordado río.
Al contrario que sus afortunados vecinos, en la orilla azotada por la riada aun se pueden observar numerosos detalles de lo que ocurrió aquella noche. Y aunque algunas casas han sido restauradas y permanecen habitadas, la mayor parte del pueblo se ha convertido en un altar a sus víctimas, con cruces de recuerdo esparcidas por cada una de sus propiedades.
Casa habitada en Ribadelago
A pesar del tiempo transcurrido, aún se puede empatizar con la agonía que debieron sufrir aquellos vecinos a los que la riada cogió por sorpresa aquella noche de invierno. En cierto modo, tal vez por ser un pueblo con poca densidad de población, o por lo que allí pasó, la zona provoca una cierta desazón al recorrer sus irregulares calles.
Restos de la iglesia
El 9 de enero de 2009, en el 50 aniversario de la catástrofe, fue inaugurado en monumento en honor a las víctimas.
Monumento inaugurado en 2009
Las víctimas permanecen en el recuerdo
Al contrario que Ribadelago Viejo, el lago colindante rebosa energía y vitalidad. Cientos de turistas acuden allí cada verano para disfrutar de sus cristalinas aguas y los deportes acuáticos disponibles en cada rincón del lago. En la zona, que ha día de hoy es "Parque Natural", se han habilitado parkings de tierra en las cercanías de la carretera de acceso a la zona debido a la gran demanda en temporada estival, y son muchos los pueblos de los alrededores que se benefician de ese turismo.
Zona occidental del lago, por donde bajó la riada
Una de las empresas asentadas en la zona, ofrece la oportunidad de realizar un mini crucero por el lago a bordo de su flamante barco sostenible. Tal peculiaridad la obtienen de "alimentar" a su embarcación con energía producida por sus paneles solares y sus aerogeneradores, instalados en la propia cubierta. A pesar de su enfoque relacionado con el turismo, la verdadera actividad y vocación de la empresa es el de la investigación, ya que testean y experimentan en sus aguas continuamente, analizando la microfauna y las condiciones del agua del lago.
Como no, una parte de la explicación, versa acerca de la tragedia del año 59, de la que dan un enfoque general de lo que allí aconteció. Quizá, lo más interesante es que, tras descolgar un robot submarino que utilizan habitualmente para sus expediciones científicas, seamos capaces de observar restos de los enseres de los habitantes de Ribadelago. A simple vista, y desde la comodidad del barco, se aprecian claramente útiles de cocina y otros materiales que permanecen en el fondo más profundo del lago.
Las pantallas del barco muestran el fondo del lago
Queda meridianamente claro, que el Lago de Sanabria es un pozo de historias, buenas y malas, de paisajes espectaculares y destino de relax y de ocio más que considerable. Sus aguas nos enseñan que cada vez que el hombre combina sus valores más detestables, como la avaricia, el sometimiento y el ego desmedido, algo malo está por suceder a la vuelta de la esquina. ¿Habremos aprendido la lección? Evidentemente no. La sociedad actual no es consciente de los peligros que le rodean, en los que han sido engañados por honorables miembros de su comunidad, que solo por su beneficio propio generarán más dolor y tragedia. Si alguien tiene alguna duda, debería saber que ningún responsable tuvo un castigo ni condena severa, mientras que más de un centenar de vecinos de Ribadelago siguen desaparecidos en las frías aguas este lago zamorano.