Habitualmente, en este blog describimos la magia de los lugares abandonados y relatamos sus historias para que no desaparezcan de nuestra memoria. La despoblación de gran parte del territorio ha sido, es y será uno de los males que provoca la falta de oportunidades en las zonas rurales. En la entrada de hoy observaremos el fenómeno contrario, con la recuperación de una gran villa extremeña que hasta hace poco yacía olvidada. Hoy hablamos de la localidad de Granadilla.
Esta villa, levantada por los árabes, tenía una clara vocación defensiva y militar. A orillas del río Alagón, era un punto crucial estratégico, ya que colindaba con varios reinos cristianos hostiles que amenazaban las rutas comerciales existentes en la época. Durante el siglo XII, la situación se volvió crítica, ya que los reinos de Castilla, León y Portugal acechaban por tres frentes distintos a la villa musulmana.
No existen dudas acerca de la importancia que tenía este nudo estratégico, y para demostrarlo la localidad en su creación tenía el nombre de Granada, como su homónima ciudad del sur. Más tarde, y con la reconquista a manos de los reyes católicos, pasó a ser llamada con el diminutivo "Granadilla", para diferenciar las dos localidades.
Tras la instauración del cristianismo, la situación se complicó para la villa, puesto que las guerras entre nobles y reinos que la pretendían fue constante, pasando de unas manos a otras durante hasta el siglo XV. A partir de ese momento, pasó a ser gobernada por la reconocida familia Alba mediante un decreto real promulgado por Juan II de Castilla. En 1830, la poderosa familia dejó de explotar las tierras de Granadilla, y acabó vendiendo todos los terrenos que pasaron de manera fragmentada a manos privadas.
A mediados del siglo XX, y bajo el mandato del dictador español Francisco Franco, un proyecto de pantano condenó a los habitantes de la localidad al destierro, al ser expropiados sin apenas compensación. La futura presa, que contendría las aguas del río Alagón, no inundaría directamente el pueblo, pero sí sus territorios aledaños.
La maniobra de la dictadura no estuvo exenta de polémica, ya que se convirtió en una guerra psicológica contra la población que se negaba a entregar sus tierras y casas. Para empezar, en 1955 se redactó un decreto por el cual los servicios básicos que el estado prestaba a la localidad cesaban de inmediato. Este imperativo legal, que no fue reconocido de manera pública, hizo que el maestro, el médico y el cura desaparecieran de la noche a la mañana. También lo hicieron el resto de servicios públicos, condenando a los vecinos a una vida sin futuro en su propia villa.
Estos hechos, habituales en la época a lo largo de todo el territorio nacional, ya los tratamos en este blog, analizando en concreto la funesta historia de Riaño.
Por desgracia, y como también suele ocurrir en estos casos, la mano de obra utilizada para las labores de construcción de la presa eran los propios vecinos, que día a día condenaban a sus propias tierras a la inundación.
Tras 9 años de obras, y a pesar de la oposición de las gentes del lugar, el embalse quedó completado en 1962 con el nombre de Gabriel y Galán. Este personaje, un poeta famoso de las cercanas tierras salmantinas, fue otorgado mediante presión de los terratenientes de la zona, cuyas propiedades habían comprado a la familia de Alba.
Como era de esperar, y con la retención de las primeras aguas, toda la zona quedó completamente abandonada. Para asegurarse de que los vecinos no volvieran, el dictador Franco disolvió el pueblo legalmente, repartiendo el poco territorio que aún quedaba sin inundar entre las localidades de la zona.
Tal y como hemos relatado, toda la superficie cultivable de la villa fue arrasada por el agua, pero el núcleo de población quedo en pie, a unos metros de altura sobre la cota del pantano. A pesar de la cercanía del agua, la orografía permitía todavía acceder a la localidad por tierra, algo que no pasó desapercibido para las autoridades.
Con la caída de la dictadura, y accediendo a través de la pista que comunicaba la carretera principal con el pueblo, comenzaron a sumarse las voces que exigían la restauración de la ancestral villa y forzaron a los partidos políticos a pronunciarse. Debido a esta presión, el enclave fue declarado "conjunto histórico artístico" en 1980.
A partir de ese momento, los técnicos enviados a evaluar la zona describen graves deficiencias en las estructuras de la localidad, y comienzan a sucederse las reformas y restauraciones en los años consiguientes. De hecho, a día de hoy, son numerosas los talleres de formación que trabajan en el pueblo devolviéndolo de nuevo a la vida. A pesar de estos esfuerzos, los nativos de Granadilla no están conformes con este proyecto, ya que según ellos deja fuera a los nativos y descendientes del pueblo original. Además, alegan que todas las actividades proyectadas son inviables al estarse desarrollando en una "zona inundable".
Como no podía ser de otra manera, el asunto llegó a los tribunales, y a día de hoy no hay una respuesta clara que resuelva esta injusticia con los antiguos habitantes de la localidad, y no se espera que se esclarezca en el medio plazo.
Aun así, y sea como fuere, la historia de Granadilla se está volviendo a reescribir a base de proyectos públicos y privados, y ya se comienzan a ver resultados sobre el terreno.
Tras recorrer la sinuosa carretera que conecta la vía principal con Granadilla, nos encontramos de frente con un imponente castillo espigado, edificado sobre la alcazaba árabe que los primeros moradores levantaron. A su vera, la restaurada muralla alberga la puerta de entrada a la villa, que da paso a sus empedradas calles.
Actualmente, se está procediendo a la erradicación de algunas especies como el eucalipto, que se utilizó junto al pino para una reforestación "artificial", y se está intentando favorecer a las especies autóctonas y locales que siempre son más beneficiosas. Además, la zona es rica en fauna, ya que distintas especies cérvidos aprovechan el embalse como punto de hidratación y pacen tranquilamente por los campos cercanos.
A nivel estructural, el pueblo está claramente diferenciado en dos partes. Por un lado, tenemos las edificaciones reconstruidas que alberga la zona norte, donde se encuentran los edificios más destacables, mientras que el resto de la localidad se haya derruida a la espera de la restauración.
Sin duda, lo más recomendable es transitar por lo alto de la muralla y rodear el pueblo, para poder tener una visión general sobre los trabajos que allí se están llevando a cabo. Además, la zona interior de la muralla está repleta de olivos y árboles frutales, que han convertido la zona en un gran vergel.
En la zona sur, donde los primeros andamios comienzan a colonizar esta parte de la ciudad, algunos de sus muros ya han sido reconstruidos, aunque harán falta muchas fases para poder rehabilitarlo en su totalidad. Mientras tanto, algunos propietarios de ganado, usan los muros a modo de corral, y algunos ejemplares de ganado vacuno miran a los visitantes con curiosidad.
Cuando hayamos dado la vuelta completa por la muralla, es hora de adentrarnos por las calles más rehabilitadas de la villa, donde podemos encontrar edificios que albergan a los trabajadores y estudiantes que realizan las restauraciones.
El pueblo está consiguiendo un gran equilibrio, ofreciendo superficies construidas entremezcladas con grandes parcelas de vegetación en forma de árboles y arbustos, algo que hace muy amena la visita. Además, son numerosas las zonas de sombra, donde poder cobijarse de los rigores del sol extremeño, algo que es muy de agradecer.
Debido a la arquitectura medieval, todas las calles están orientadas hacia una gran plaza mayor, situada en los alto de un pequeño promontorio. Como no podía ser de otra manera, el antiguo ayuntamiento se encuentra en esta unión de calles. Este edificio divide actualmente la zona plenamente reconstruida y la que queda por edificar, aunque ya se están viendo avances en las cercanías de esta sede institucional.
Parece que los esfuerzos estatales y locales empiezan a dar sus frutos, y Granadilla podría volver a disfrutar de ese esplendor que antaño tuvo y que las autoridades del régimen le arrebataron de un plumazo. Sin embargo, este proceso tiene que hacerse de una manera tranquila y sosegada. A pesar de que la idea de restaurar un pueblo abandonado es seductora, la reconstrucción tendría que ser contando con la opinión y colaboración de sus moradores originales o sus descendientes. En ocasiones, y gracias a la justicia, muchos de los expropiados por este tipo de proyectos hidráulicos han recuperado sus tierras o han sido compensados por la usurpación forzosa de ellas, aunque siempre este resarcimiento ha llegado muy tarde. En el caso de Granadilla la situación es algo distinta, ya que el pueblo no quedó sumergido, por lo que los vecinos o sus herederos podrían recuperar sus casas en la villa con prontitud.
Además, la recuperación de los terrenos y las estructuras no será viable sin un plan de futuro bien estudiado. Por desgracia, Extremadura no se encuentra a la cabeza de la creación de empleo ni de la renta por cápita más alta del país. Debido a esto, muchas de sus localidades en la actualidad siguen sufriendo de una emigración forzosa hacia los centros productivos más importantes, que suelen estar ubicados en las grandes capitales.
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