Comenzaba con tranquilidad la mañana del 19 de febrero de 1985 en el madrileño aeropuerto de Barajas. El avión de Iberia con el nombre "Alhambra de Granada" despegaba sin complicaciones en dirección a Bilbao. El vuelo, con identificador IB610, era cubierto por una aeronave Boeing 727-256, con capacidad para 190 pasajeros. Ese día, 148 viajeros ocupaban su interior.
Este tipo de viajes programados eran comúnmente aprovechados por trabajadores que necesitaban cubrir la distancia entre la capital vasca y la madrileña lo antes posible, para poder realizar negocios y otras labores, en una época en los que la tecnología no había sustituido al "cara a cara". El avión era sin duda la mejor opción, ya que recorría los escasos 500 kilómetros que separaban ambas ciudades en algo menos de una hora.
Conforme el avión se acercaba al País Vasco, la niebla comenzó a hacer su aparición de manera abrupta, una situación muy habitual en la zona, por lo que nada inquietó a los pilotos de la aeronave. Tras abandonar las estaciones de radio del centro de España, la emisora del aeropuerto Bilbao-Sondika se puso en contacto con la tripulación para ofrecerle las últimas instrucciones a los pilotos. Al tratarse de una ruta muy habitual, todos los integrantes de cabina contaban con mucha experiencia en aterrizar aparatos en el aeropuerto vasco, por lo que nada hacía presagiar el más mínimo problema.
Según algunas fuentes, tras contactar con la torre, esta otorgó la posibilidad a la aeronave de hacer una entrada directa en sus pistas, ya que el entorno se encontraba libre de tráfico aéreo. A pesar de que la propuesta de tierra hubiera ahorrado unos minutos, el piloto negó amablemente esa opción, ya que se encontraba en una batalla laboral contra su propia empresa, y decidió no ahorrar ese combustible y ese tiempo a su compañía. Por lo tanto, en vez de realizar una maniobra casi recta, la aeronave comenzó a girar suavemente en un gran círculo mientras perdía altitud.
Dado que la visibilidad era casi nula, la tripulación navegó con los distintos medios electrónicos que disponían en cabina, anticipando cada paso con las cartas de navegación que también portaban. Pero algo salió mal...
En un momento dado, y en pleno descenso, la niebla al fin se disipó, dejando entrever una gran cumbre que ninguno de los pilotos había previsto. La cima del monte Oiz, a unos 30 kilómetros del aeropuerto vasco, emergía entre los bancos de niebla, justo delante del aparato de Iberia.
Los gritos de los responsables de vuelo comenzaron a resonar en el interior de la cabina, y en un último intento de salvación, el aparato comenzó a girar desesperadamente, pero por desgracia, el impacto contra una de las antenas que coronaban la cima hizo que la catástrofe se produjera irremediablemente. Tras el primer golpe, un ala y diversas piezas se desprendieron, provocando que el avión volara de manera invertida mientras apuntaba con su morro hacia la ladera cercana.
Tras numerosos intentos de comunicación por parte de los controladores de Bilbao-Sondika, la incertidumbre se apoderó de la torre de control. Aunque el avión había desaparecido del radar hacía escasos minutos, la mala visibilidad hizo que se temiera lo peor. Desde la torre se dio la voz de alarma, pero nadie sabía a ciencia cierta donde se encontraba la aeronave.
En paralelo, y una vez el reloj había sobrepasado las 9:30 de la mañana, Juan Mari Urkiola estaba almorzando en su caserío construido en las faldas del monte Oiz, cuando una enorme detonación hizo que los cristales de las ventanas estallaran súbitamente. Todavía con el susto en el cuerpo, el vasco abrió la puerta y salió corriendo monte arriba, donde una gran columna de humo emergía del pinar cercano. Sin saber muy bien lo que había ocurrido, el vecino observó restos de fuselaje y comenzó a gritar repetidamente buscando algún signo de vida, pero el silencio fue la única respuesta que recibió.
Con la llegada de los primeros medios alertados por Juan Mari, se confirmaba la peor de las noticias. El "Alhambra de Granada" se había estrellado en la ladera del monte. El impacto había sido tan brutal que rápidamente se desvaneció la esperanza de encontrar a alguien con vida.
Las laderas de la montaña, tremendamente escarpadas, dificultaron en gran medida las labores de rescate, así como la llegada de efectivos, por lo que fueron los vecinos de la zona los primeros en acercarse al desastre.
Tras un primer vistazo, era evidente que el aparato había quedado completamente destrozado, debido a que en su caída a 300 km/hora había colisionado con un gran número de árboles, hasta destruirse casi por completo.
Estas primeras rondas de reconocimiento sobre el terreno se hicieron en un clima de tensión elevada. Las competencias entre la autoridad nacional (Guardia Civil) y la autonómica (Ertzaintza), provocaron problemas desde el principio, ya que ambos cuerpos consideraban que era su responsabilidad llevar la batuta de la intervención. Esta crispación llegó a tal punto que algunos de sus miembros llegaron a encañonarse con sus armas reglamentarias, provocando el bochorno absoluto de los allí congregados.
Cuando el ambiente estuvo más calmado, y tras disiparse parcialmente la niebla, comenzó a emerger una enorme "brecha" de árboles seccionados por la que la aeronave se había deslizado durante centenares de metros. Todo este improvisado camino de bajada, se hallaba repleto de restos de fuselaje, además de los restos mortales de las 148 víctimas que el accidente había provocado.
Junto a los miembros de rescate de la época, los reporteros consiguieron acceder a la zona del impacto, y más tarde, no fueron pocas las publicaciones que se hicieron eco de este macabro suceso. Esto generó una gran polémica en la sociedad, ya que se debatía hasta que punto es ético y moral mostrar los cuerpos maltratados, a pesar de que formaran parte de una noticia de actualidad.
Las revistas que publicaron dichas fotografías registraron incrementos sin precedentes en sus ventas, y poco a poco la polémica se fue enterrando, resurgiendo cíclicamente cada vez que una tragedia es publicada en toda su crudeza.
Según relatan los efectivos que participaron en las labores de rescate, el olor a queroseno impregnaba el ambiente, y muchas de las partes de los cadáveres habían quedado clavadas en los árboles colindantes a la zona del accidente.
De hecho, y para hacernos una idea de la magnitud de la colisión, solo un cuerpo pudo ser rescatado "de una pieza". Se trataba ni más ni menos de un hombre que había muerto días atrás y estaba siendo trasladado en la bodega de carga en el interior de un ataúd. Solo dicho cadáver pudo ser identificado sin problemas por los equipos de forenses desplazados a la zona. El resto de cuerpos, eran depositados y en cajas o bolsas, que se fueron agrupando y trasladando a Bilbao para su posterior estudio.
Y es que, dada la orografía de la montaña, el rescate y la limpieza de la zona se convirtió en una tarea casi imposible, ya que la ladera era excesivamente escarpada en la mayoría de sus puntos. Aun así, y fruto de un incansable trabajo, se consiguieron localizar las cajas negras, que comenzaron a arrojar datos sobre los últimos momentos del fatídico vuelo 610 de Iberia.
Como se pudo confirmar después gracias a los registros de las cajas, el aparato había volado a una altura excesivamente baja, y había impactado contra la parte superior de una antena de telecomunicaciones perteneciente a la televisión vasca (ETB). Dicha estructura, había sido remodelada ganando unos metros de altura, y el cambio no aparecía en las cartas de navegación, de hecho, ni siquiera mencionaban los más de 1000 metros de altura del monte Oíz, un enorme fallo que comprometía las aproximaciones al aeropuerto vasco. Aun así, el vuelo jamás debía haberse acercado tanto en circunstancias normales.
De hecho, una de las pocas certezas que se conocen de este caso, es que el avión volaba por debajo de la altitud mínima exigida. Tras las primeras hipótesis, se aceptó que los responsables en cabina habían interpretado mal las lecturas del altímetro, o incluso que este había fallado catastróficamente, algo que nunca que se pudo demostrar a ciencia cierta. Por supuesto, y como sucede en la mayoría de este tipo de accidentes, la investigación se cerró con la conclusión del recurrente "error humano", pues esta parecía la hipótesis más plausible. El comandante, José Luis Patiño, que ya había sido culpado y condenado por los medios de comunicación, se convirtió en el objetivo principal de la investigación oficial. A pesar de todos los descréditos que se vertieron sobre su persona, Patiño no pilotaba el avión en ese momento, sino que lo hacía su copiloto, Emilio López. En todo caso, parece factible que una excesiva relajación en la cabina pudo haber provocado una escasa atención a los altímetros.
En nuestro días, numerosas alarmas hubieran alertado a la tripulación del grave fallo que estaban cometiendo.
Las indagaciones sobre el suceso se convirtieron casi en una herramienta política, ya que había un sector de opinión que desterraba la idea del accidente, sugiriendo que se estaba ante un atentado de ETA, grupo nacionalista y armado de la zona, que en aquella época seguía completamente activo. Según esta versión, el objetivo de este ataque era acabar con la vida de Gregorio López Bravo, uno de los pasajeros que volaba en el avión. Este personaje tenía en su currículum el haber llegado a ser ministro de exteriores con la dictadura de Francisco Franco, gracias a sus méritos dentro de la organización Opus Dei.
Dado que en aquel entonces el avión era un medio de transporte reservado a personas con un alto nivel económico, también fallecieron ilustres personajes de la época, como el pionero de la fecundación in vitro José Ángel Portuondo, o el ministro de trabajo boliviano, Javier Guzmán.
A pesar del intento de vincular el accidente a una motivación terrorista, esta teoría nunca pudo explicar por qué el avión volaba a tan baja altura, tanto como para ser derribado por un lanzagranadas o similar operado por una o dos personas, que estarían apostadas en la cima del Oiz. Tampoco pudieron esclarecer, como dichos integrantes del comando etarra, habían detectado al aparato con la suficiente antelación para interceptarlo, ya que la niebla impedía la visibilidad necesaria para fijar el objetivo.
También hubo discrepancias en torno a la desaparición del equipaje de algún pasajero importante, puesto que se aseguraba que contenía planos y documentos de la central nuclear de Lemoiz, que enfrentó a la sociedad vasca con el gobierno central, y que ya repasamos en este blog. Supuestamente, esta valija fue la única que no fue recuperada, aunque nuevamente todo se basa en especulaciones.
Estas teorías, pudieron ser inspiradas por la propia compañía Iberia, ya que era una última oportunidad para no dañar su imagen pública y evitar futuras responsabilidades.
Sea como fuere, el accidente del "Alhambra de Granada", fue uno de los desastres aéreos más graves de la historia de España. A pesar de todo esto, los vuelos comerciales siguen siendo el medio más seguro de transporte con una notable diferencia respecto al resto.
A día de hoy, el monte Oiz ha curado sus "cicatrices", y ya no es localizable a simple vista la zona donde el aparato se estrelló tras colisionar con la antena.
De hecho, este monte es un hervidero de personas, que se acercan hasta su base para realizar su ascensión en bicicleta o simplemente andando. En su cima, como en alguno de los montes aledaños, ha sido instalado un parque eólico, repleto de aerogeneradores, lo que ha modificado enormemente su paisaje. Por su parte, también ha vuelto a ser ampliada la infraestructura de telecomunicaciones, siendo visible desde muchos kilómetros a la redonda.
La ladera noreste, por la que la aeronave bajó tras impactar en la cima, permanece inalterable y tranquila, aunque solo en apariencia, ya que la limpieza del desastre no se hizo ni mucho menos de una manera exhaustiva. Si ascendemos atravesando el bosque y nos internamos hacía el cauce de un pequeño arroyo que discurre por la falda, todavía hoy podremos encontrarnos con restos del accidente aéreo.
40 años después, los colores del fuselaje y los detalles permanecen casi intactos, lo que nos hace revivir los luctuosos hechos que allí se produjeron. A pesar de la exhaustiva investigación del accidente, aún queda en el monte parte del aparataje que antaño estaba instalado en el interior de la cabina del avión, algo que parece chocar de pleno con el concepto de la seria investigación que fue realizada en los meses posteriores. Este hecho podría ser atribuible al endurecimiento y el rigor exigido con el paso de los tiempos en este tipo de pesquisas. Hoy en día, todo el aparato hubiera sido reconstruido en un lugar seguro para someterlo a diversas pruebas, por lo que las causas hubieran sido esclarecidas con determinación.
Por supuesto, no solo pequeñas partes del avión continúan esparcidas por la ladera del monte, puesto que no es inusual encontrar pequeños fragmentos óseos de las víctimas, ya que la recuperación de restos fue incompleta, dada la magnitud de los acontecimientos. Los restos recogidos, no siempre pudieron ser identificados, por lo que se les dio sepultura en una fosa común de Derio, en las cercanías de Bilbao.
Tal vez, lo más impactante sea encontrarse frente a frente con piezas o accesorios serigrafiados con la antigua simbología comercial de la aerolínea, o con piezas perfectamente reconocibles, como utensilios de menaje, equipos de emergencia o chalecos salvavidas. A pesar del paso de los años y del riguroso clima de la zona, siguen siendo perfectamente identificables desde la distancia. En ocasiones, estos son transportados ladera abajo por el arroyo que recorre la zona, repartiéndolos a lo largo de su cauce.
Aunque en la ladera continúa plagada de restos reconocibles del "Alhambra de Granada", no existe homenaje institucional alguno en la zona. Parece como si la tragedia nunca hubiera ocurrido en estas faldas del monte Oiz, ya que ninguna autoridad pasada o presente realizó ningún tipo de memorial o recuerdo en memoria de los accidentados. Se desconoce si esto se debe a una motivación política, un error, o simplemente la dejadez política reinante.
En cambio, la iniciativa privada si que ha rendido distintos homenajes a los fallecidos en la zona, desde vecinos, hasta programas de actualidad como "Milenio Live", dirigido por Iker Jiménez, que envió a los periodistas e historiadores Enrique Echazarra y Luis Uriarte, a realizar una investigación sobre el terreno a comienzos del 2020. En esta misión, se entrevistaron con algunos de los vecinos que aun quedan de aquella época y recorrieron las faldas del monte recolectando algunas de las piezas más llamativas. Para finalizar, realizaron un pequeño altar improvisado en la cima del Oiz con los artefactos recogidos, a modo de recuerdo y homenaje a las víctimas y rescatadores.
Es probable que la pequeña ofrenda colocada por los miembros de "Milenio Live" haya desaparecido ya de la cima del Oiz, al igual que es seguro que pocos son los que recuerdan lo que allí sucedió, pero es incomprensible que los lugares que han visto de cerca la tragedia, traten de ocultar o borrar lo que allí pasó. Por desgracia, no solo los familiares de las víctimas mantendrán estos hechos en su memoria, ya que fueron los rescatadores y vecinos que acudieron al Oiz quienes tuvieron que vivir en primera persona toda esa colección de imágenes "imposibles" bañadas en olor a queroseno, marcándolos de por vida. Esta dejación de funciones por parte de las autoridades solo contribuye a que la leyenda negra en torno al monte Oíz aumente y las teorías más estrambóticas ganen terreno en un mundo en el cual la veracidad de la historia siempre es puesta en duda.
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