En sus inicios, los puertos de Santander eran destinados al trasiego constante de todo tipo de mercancías provenientes de los puntos más diversos de la geografía española y mundial. Este tráfico aumentó de manera exponencial, haciendo de motor de una ciudad que creció enormemente en la edad media y siglos venideros. Con la llegada de la edad moderna, ya no fueron solo barcos mercantes, sino que el turismo comenzaba a llegar de manera masiva, atraído por los encantos de la ciudad. Los grandes barcos de transporte de personas y mercancías comenzaron a ver en la bahía el punto perfecto para iniciar sus viajes que conectan España con Reino Unido, y las enormes embarcaciones comenzaron a ser usuarios fijos de sus muelles.
En la actualidad, Santander ha conseguido fusionar en un mismo litoral el ocio de sus playas urbanas con el negocio de la pesca y el transporte. Por ello, la bahía se convierte en un hervidero de embarcaciones y personas, sobre todo con la llegada del verano y las buenas temperaturas.
Pero, sus normalmente calmadas aguas, esconden una de las páginas más terroríficas ocurridas en España en los últimos siglos: la catástrofe del "Machichaco".
El 3 de noviembre de 1893, una embarcación se aproximaba al muelle número 2 de la zona de Maliaño. Este barco, que había salido de Bilbao semanas atrás, había permanecido fondeado y bloqueado en la otra orilla de la bahía cumpliendo la reglamentaria cuarentena, ya que el cólera, una descontrolada enfermedad bacteriana de la época, había causado estragos en la capital bilbaína. Ante la imposibilidad de detectar científicamente si la tripulación portaba la tan temida enfermedad, el destino de todos los viajeros y sus mercancías era aguardar al menos 10 días sin contacto humano. Tras este tiempo, las autoridades portuarias verificaban el estado de salud del convoy, permitiendo o denegando su acceso a puerto. Por suerte o por desgracia, el barco de nombre "Machichaco" , fue encaminado finalmente a la zona de muelles de la capital Santanderina.
El "Machichaco". Fuente: El Diario
El mercante, impulsado por vapor, había zarpado de Bilbao en dirección a Sevilla, pertenecía a la compañía Ibarra, y recorría varios puertos cargando y descargando mercancías y bienes en cada una de sus escalas. En el momento de su atraque en el pantalán santanderino, el buque portaba más de 1500 toneladas de carga, almacenadas en su bodega y en su cubierta. De esa cantidad, muchos kilogramos estaban entre los considerados materiales inertes (que no pueden entrar en combustión), tales como hierro, hojalata o tornillos. Sin embargo, la pesada carga también constaba de numerosas unidades de brea, aceites, y unas 46 toneladas de dinamita, repartidas en numerosas cajas.
A pesar de que una cifra ínfima de ese material iba destinado a la industria Santanderina, las autoridades navales desconocían que el barco poseía una carga tan destructiva en su interior. Esto se debe a que las leyes y las corruptelas de la época, no obligaban a declarar la carga a los barcos de cabotaje (técnica que consiste en descargar y cargar diversos materiales en cada puerto, haciendo que el barco nunca se encuentre vacío y siempre permanezca en ruta).
Tras una complicada descarga que se iniciaba a primera hora de la mañana, dos tripulantes detectaron humo en una de sus bodegas, algo que comprobaron al desatrancar la puerta de ese mismo compartimento. Al entrar el oxígeno, el humo se convirtió en fuego, llegando muy pronto a la cubierta, azuzado por los materiales inflamables que portaba el barco.
Sobre las dos de la tarde, el humo se hacía visible en el pantalán número 2 de la zona de Maliaño. Este hecho, alertó a los primitivos cuerpos de bomberos de la ciudad, que a toda prisa trataron de contener el fuego que se extendía fuera de control sobre la cubierta del Machichaco.
El humo, con el paso de los minutos comenzó a hacerse presente en todo el puerto, y muchos de los habitantes y trabajadores de las zonas colindantes se acercaron a los muelles con el simple objeto de curiosear.
A partir de ahí, un cúmulo de casualidades iban a entrar en acción de manera despiadada.
La noticia de que el carguero iba cargado de explosivos se extendió rápidamente por los presentes, haciendo que muchos de los presentes abandonaran el puerto y sus proximidades. Ante el nerviosismo, algunas voces comenzaron a aseverar que la dinamita había sido descargada ya y el peligro era inexistente. Este relato, fue creído a pies juntillas por los allí congregados, ya que se verificó que los operarios habían descargado dinamita en la ciudad, pero no conocían que solo se habían extraído unos pocos kilogramos de tan peligrosa carga.
Aun así, y con todo el razonamiento científico a su favor, los más versados en estos temas afirmaban que la dinamita no podía explotar sin la existencia de un detonador, y efectivamente así era.
Por desgracia, los conocimientos sobre estos materiales no incluían el agua de mar y su interacción con los materiales explosivos.
Tras romper varias de las compuertas interiores, los tripulantes lograron que las frías aguas del Cantábrico empaparan parte de la carga en llamas, desconociendo que la dinamita comenzó por este hecho a desprender pequeñas gotas de su componente más peligroso: la nitroglicerina. Debido a esto, todo el barco fue quedando impregnado de este producto, convirtiéndolo en una estructura a vulnerable a estallar.
Como no podía ser de otra manera, y tras varias horas ardiendo, a las cuatro de la tarde una gran explosión hizo volar el carguero, arrasando gran parte de los muelles y de la propia ciudad. Debido a la magnitud de la detonación, el navío comenzó a hundirse.
Recreación de la explosión. Fuente: Cant liberal
La deflagración del Machichaco fue tan potente que numerosas piezas del barco y del entorno fueron lanzadas a kilómetros de distancia, convirtiéndose en piezas de metralla que impactaron en un primer momento contra la muchedumbre allí congregada.
Y es que el incendio del navío no hizo más que de reclamo para cientos de personas, que contemplaron horrorizadas como una nube de fuego y restos los barría de la zona portuaria.
En total, casi 600 personas murieron en la explosión, y otras 2500 resultaron heridas, algunas de ellas horriblemente mutiladas.
Tras el desconcierto inicial, el caos se apoderó de toda la ciudad, y los escasos medios disponibles trataron de socorrer a la multitud afectada, que yacía en un amplio perímetro del litoral costero.
Según las investigaciones, la carga detonó porque los servicios de emergencia trataban de perforar el casco del barco para abrir vías de agua, y uno de estos certeros impactos contra un remache hizo de percutor sobre la totalidad de la carga. Esta solo fue una de las calamidades casuales que se alinearon aquella tarde en Santander, ya que fue una catástrofe completamente evitable si el barco hubiera declarado la carga que llevaba, ya que probablemente no le hubiera sido otorgado el permiso de descarga en ese muelle. Además, el propio cargamento que portaba (tornillos, raíles de tren y otras piezas metálicas) hizo que la explosión usara esos objetos como metralla, creando un daño aún mayor si cabe a los habitantes que allí se reunían. Por si fuera poco, el humo previo a la detonación provocó una enorme migración de curiosos a la zona, circunstancia que multiplicó el número de víctimas.
Restos del barco hundido. Fuente: El diario
Durante décadas, por no decir siglos, los restos del Machichaco han ido emergiendo de las profundidades de la bahía, cada vez que las continuas remodelaciones de los muelles removían el fondo marino.
A día de hoy, los efectos de la explosión son inexistentes, y la zona, más de dos siglos después, ha ido recuperando la normalidad, renovándose para acomodar las nuevas demandas que el puerto exige.
La página web "Prácticos de puerto", hizo un perfecto ejercicio de superposición, ubicando el punto exacto donde hoy en día se ubicaría el barco Machichaco, al igual que dibuja la antigua línea de pantalanes y muelles.
Si en la actualidad paseamos por la zona, encontraremos un monumento erigido en memoria de las víctimas del desastre ocurrido en 1893.
Como vemos, el monolito erigido en 1897, no ha variado apenas ni en su forma ni en su estructura, convirtiéndose en prácticamente el único punto que rememora lo que allí ocurrió.
En fechas no muy lejanas (2020), la capital libanesa de Beirut sufrió unos acontecimientos que recuerdan por su forma a lo vivido en tierras cántabras, ya que tras un incendio en la zona de almacenes del puerto, una enorme cantidad de nitrato de amonio detonó brutalmente, haciendo desaparecer gran parte de la zona portuaria y afectando gravemente a miles de edificios cercanos. El suceso provocó que 220 personas murieran y otras 300.000 se quedaran sin hogar.
Recopilación de Euronews
Tal vez, la sucesión de vídeos que publicaron los desafortunados libaneses que tuvieron que presenciar la explosión, podría darnos una idea acerca de lo que sufrieron los santanderinos siglos atrás.
A pesar de la gran catástrofe vivida por la ciudad, Santander consiguió reconstruirse y borrar las cicatrices del Machichaco, aunque la calma solo duraría unas décadas, ya que el peligro comenzaría a cernirse nuevamente sobre la bahía, esta vez en forma de viento.
En 1941, y tras las enormes penurias vividas durante la guerra civil terminada en 1939, la capital santanderina trataba de volver a una suerte de normalidad, al igual que el resto de los habitantes de una España hambrienta y parcialmente devastada.
El 15 de febrero, los barcos se agitaban en el puerto debido a una grave depresión atmosférica que estaba generando vientos de aproximadamente 200 kilómetros por hora. Esta cifra, simplemente orientativa, fue dada tras la destrucción de todos los anemómetros y estaciones meteorológicas de la zona por la propia tormenta.
En las cercanías de la zona portuaria, una pavesa de una chimenea provocó un pequeño incendio, que debido a la velocidad del viento, pronto tomó carices apocalípticos al barrer todo lo que se encontraba a su paso. Esta teoría nunca pudo ser demostrada, y otros optaban por achacar el fuego a un cortocircuito en el tendido eléctrico.
Incendio de 1941. Fuente: Diario Cantabria
Debido a que la zona central de la ciudad se encontraba en una colina, las laderas propiciaron que el incendio se hiciera más peligroso y voraz conforme avanzaba por sus calles.
Santander arrasada. Fuente: El tomavistas
En aquella época, muchas de las casas poseían cantidades ingentes de madera en sus estructuras. Además los muebles y enseres también estaban hechos de materiales combustibles, lo que hacía casi imposible la extinción del fuego.
Por si fuera poco, una mala ordenación de los inmuebles hacía que estos estuvieran demasiado juntos entre sí, lo que provocaba que las llamas pasaran de uno a otro sin apenas esfuerzo.
Autoridades en el entorno de la catedral
Como era de esperar, la única posibilidad de intervención por parte de los servicios de extinción llegó con el cese del potente vendaval, ya en el tercer día. A estas alturas, casi todo el centro histórico quedó completamente destruido, y decenas de miles de personas perdieron sus viviendas.
Además, el rastro del fuego arrasó la parte comercial de la ciudad, por lo que se produjo un gravísimo desabastecimiento que las autoridades trataban de subsanar, mayoritariamente en vano.
Por si fuera poco, el humo convirtió la capital cántabra en un pozo de aire irrespirable y destrucción, donde sus habitantes vagaban sin rumbo por las calles. Mientras tanto, los que habían perdido sus casas, depositaban sus enseres en cualquier esquina, tratando de resistir el frío invierno que sobre ellos se cernía.
Se cree que 10.000 personas fueron afectadas de manera directa por las llamas, aproximadamente un 10% de los residentes en la localidad. Muchas familias perdieron sus casas, y otras muchas sus negocios.
Además, los hospitales se colapsaron debido al centenar de heridos que había provocado el incendio. Por "suerte", tan solo dos personas perdieron la vida, puesto que quedaron atrapadas bajo estructuras derrumbadas.
El cuarto día, las condiciones meteorológicas volvieron a cambiar, y una fina lluvia comenzó a caer sobre la capital santanderina. Este hecho, provocó que el incendio pudiera darse por controlado, aunque se tardaron dos semanas en calificarlo como extinguido.
El denso humo fue desapareciendo y las consecuencias de la catástrofe comenzaron a ser perfectamente visibles. Un gran solar sin apenas estructuras reconocibles se había apoderado del centro de Santander, y decenas de miles de vecinos comenzaron una migración forzosa a otros puntos de la comunidad y de la península.
Contra todo pronóstico, la devastación dio paso a la esperanza, y el desastre dio paso al negocio. Toda la zona centro de Santander comenzó una profunda reorganización, y los nuevos edificios comenzaron a poblar rápidamente las zonas quemadas. Este decidido paso urbanístico, llevó a una mejor planificación de la ciudad y una modernización nunca antes vista. Con la experiencia que las catástrofes le habían otorgado a la fuerza, la localidad tomó medidas de prevención que asegurarían su supervivencia en el futuro.
Gracias a este impulso, los habitantes que habían perdido todo, consiguieron una fuente casi inagotable de empleo en su propia ciudad, y se paró en seco la migración hacia otras partes de España, haciendo que los barrios santanderinos volvieran a llenarse de vida.
Desde la década de los 40, y tras el pavoroso incendio que asoló la ciudad, la capital cántabra convive en paz y armonía con su bahía, tolerando a los navíos que entran en sus aguas, y superando sin nervios las continuas "suradas" (como se conoce en la zona a los predominantes vientos del sur) que la bahía le arroja con periodicidad.
Por suerte, la época de las grandes catástrofes fue superada, y exceptuando los ordinarios accidentes que cualquier urbe puede sufrir, la vida es habitualmente tranquila en la zona. De hecho, las sucesivas desgracias siempre conllevan un aprendizaje que se traduce en nuevas normas de seguridad para evitarlas en el futuro.
A veces, solo una concatenación de circunstancias es suficiente para desencadenar un apocalipsis en la tierra, y Santander parece haber aprendido de sus errores, algo que solo el tiempo podrá confirmar.
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