Ya en el siglo XIV, el poblado pasó a pertenecer al condado de Prades, y dos siglos más tarde se incorporaría al de Villaplana. Estos cambios de titularidad respondían a las constantes particiones que a lo largo de la historia, condes y reyes han hecho con sus dominios.
Sus habitantes consiguieron resistir los envites de la madre naturaleza, ya que el clima de esta zona tarraconense era duro y hostil. El poblado, que gran parte del año permanecía sumido en la niebla, alternaba este fenómeno meteorológico con largas etapas de vientos y lluvia intensa. Tal vez se podría decir que esta zona aunaba lo peor de la montaña y lo peor de las zonas costeras climáticamente hablando. Además, la comarca atravesaba por largas sequías, haciendo que muchos años la actividad productiva de la localidad quedara completamente destruida.
No era raro, por tanto, ver a los habitantes de la Mussara desplazarse a las poblaciones cercanas como Reus en busca de alimento o solicitando ayuda.
El agua, ese bien escaso, cuando caía lo hacía de manera torrencial, llenando una gran charca al lado de la iglesia, lo que era celebrado por los autóctonos, sabiendo que tenían el líquido elemento garantizado durante unas semanas más. Debido a esta lámina de agua situada en el centro de la población, hizo que sus habitantes fueran conocidos como "las ranas". De hecho, el estanque contaba con numerosos anfibios de este tipo.
La Mussara y su charca. Fuente: Barcelona secreta
Mientras las comodidades como la electricidad llegaban a la llanura, La Mussara iba cayendo en el olvido, solamente sustentada por los esfuerzos de los cada vez más escasos vecinos.
Sin embargo, tras resistir numantinamente a las adversidades, todos se vieron obligados a emigrar de sus casas, ya que una plaga de filoxera acabó con los cultivos, dinamitando la economía de la mayoría de familias. Desde principios del siglo XX, una a una, las 22 casas vecinales fueron quedando progresivamente deshabitadas, hasta que el último de sus habitantes cerró para siempre la suya. Este hecho se produjo en 1959, y las construcciones nunca volvieron a ser pobladas.
Sin saber muy bien la causa, el pueblo vacío fue ocupado por mitos leyendas, cuyos orígenes se remontaban en ocasiones siglos atrás. Una de las historias más relatadas contaba como un general carlista, denominado Cercós, había sido herido por un fusil en la sierra de Pamiés, y fue enterrado en el poblado junto a la iglesia en el más absoluto silencio, ya que el líder militar se había granjeado grandes odios entre el bando rival. Con el paso de las semanas, el rumor de que su cuerpo se hallaba en el cementerio del asentamiento, hizo que se organizara un grupo destinado a comprobar la veracidad de las habladurías, que ya se extendían por todo el frente.
Sin perder tiempo, el comando se trasladó hasta la Mussara, pero vecinos de la zona se anticiparon a sus movimientos y se ocultaron en los bosques cercanos. Cuando el contingente de voluntarios llegó al cementerio, comenzaron a profanarlo desenterrando a varios inocentes vecinos que allí reposaban eternamente. La labor, que les llevó casi todo el día, terminó ya en noche cerrada, cuando el último ataúd fue sacado del camposanto. Para su sorpresa, el cuerpo pertenecía a una mujer, lo que descartó inmediatamente la idea de que fuera el general carlista. Aun así, decidieron incorporar el féretro y colocarlo de pie, al tiempo que disparaban sus fusiles en un acto simbólico provocado por la rabia. Cuando el impacto de los proyectiles hizo su efecto en el descarnado cuerpo, este cayó, abalanzándose hacia los militares. Estos comenzaron a replegarse atemorizados, creyéndose presa de una extraña maldición.
Finalmente, y con la salida del sol, los vecinos comprobaron que el séptimo y único ataúd que no había sido desenterrado era el del capitán, algo que los soldados habían pasado por alto, creyendo que no se encontraba en el lugar.
Esta historia, claramente distorsionada por el paso del tiempo, no hizo más que espolear el nacimiento de otras historias igual de fantásticas e imaginativas. El intento de posicionar a la Mussara como un pueblo maldito llevó al imaginario colectivo al límite, creando incluso leyendas de cuando los musulmanes estaban aposentados en la zona.
Se dice que durante la estancia de los reinos árabes, estos habían invocado a los Yinn, unos desdibujados entes que habitaba en una realidad paralela y eran capaces de controlar los cerebros y sentimientos de todo aquel que se atreviera a ingresar en el poblado y sus alrededores. Según los relatos, cualquier ser humano podía viajar a la dimensión de los Yinn, ya que la predominante niebla hacía de puerta hacía esta realidad imaginaria.
Estas leyendas permanecen hasta nuestros días, respaldadas por las desapariciones que se han producido en la zona. En la época moderna, se produjo una de las más sonadas, cuando un granadino, llamado Enrique Martínez, despareció en las cercanías del poblado mientras buscaba setas junto con otros 3 amigos. Este suceso, ocurrido en 1991, desató una gran expectación, ya que el amplio dispositivo de búsqueda no fue capaz de encontrar al joven, y solo sus amigos encontraron su cesta de mimbre con algún hongo en su interior. Este hallazgo, fue la última pista que Enrique dejó en la zona.
Más de 3 décadas después, su paradero sigue siendo un auténtico misterio. Las teorías más racionales sugirieron que el hombre pudo desorientarse con la niebla, y haber caído en alguna de las numerosas simas de la zona, incluso haberse precipitado por uno de los elevados riscos que rodean la Mussara. Incluso, los más osados sugieren que fue una desaparición voluntaria.
Zona boscosa de la desaparición
Según estas fuentes, el granadino habría utilizado la niebla como portal, llegando al mundo donde habitan los Yinn para no volver jamás. En su defensa, alegan que el nombre de la Mussara, investigado en su forma más antigua, establece que el poblado es el "lugar destinado a marchas", confiriendo a la zona el poder de viajar por distintas dimensiones.
Uno de los actos más estrambóticos sucedió meses después de la desaparición de Enrique, cuando los amigos que lo acompañaban el día de autos, volvieron a la zona en busca de su compañero. Al anochecer, y cuando las fuerzas les abandonaron, establecieron un campamento improvisado en la Mussara. Según sus vivencias, que comunicaron formalmente al juez que instruía el caso, unos ruidos de cascos de caballo llamaron su atención, y al salir a la zona central del pueblo, pudieron divisar la silueta de 7 figuras vestidas con túnicas rodeando la iglesia. Jorge Boluda, sumido en el nerviosismo, aseguró en dependencias judiciales que tras escuchar cascos de caballo que se acercaban en la oscuridad, acudió hacia la esquina de un edificio en ruinas para poder ver a los animales, y que al hacerlo, había descubierto la figura de varios personajes con apariencia de monjes que accedían al interior de la iglesia.
Iglesia de la Mussara
Parece que muchos de estos sucesos sin explicación tomaron la iglesia como sede, y muchos amantes del esoterismo sacaron a la luz un relato de los años 50, en el cual, el monaguillo del poblado, trató de vengarse de un vecino que maltrataba a su familia. Durante una noche cualquiera, el acólito anunció al maltratador que esa mañana partiría del pueblo para tierras desconocidas, y que iba a dejar un dinero enterrado, que si no volvía, sería para él. El vecino, lleno de codicia, acompañó al joven a través del bosque con solamente la luna iluminando el camino. En un momento dado, el monaguillo atacó al vecino con el puñal, pero la víctima consiguió zafarse y huir hacia el pueblo. El joven, consciente de que su ataque iba a ser revelado a sus familiares cercanos, se encaminó hacia una torre de tensión con la intención de escalarla y arrojarse al vacío desde su cima, pero una descarga lo mató antes de que pudiera culminar su ascensión.
Restos derruidos de una edificación
La suma de historias y la sensación de que algo raro pasaba en la Mussara, fueron convirtiendo al despoblado en uno de los epicentros del misterio español, un fenómeno que iba aumentando día a día y al cual no se le aventuraba un final en el corto plazo. Los numerosos grupos de investigación ya presentes, comenzaron a combinarse con los que simplemente buscaban vandalizar el lugar, llenando las paredes de pintadas y saqueando el escaso patrimonio que aún quedaba en el pueblo.
La fama del pueblo se multiplicó cuando varios programas de misterio de la época amplificaron sus leyendas a través de sus reportajes, convirtiendo en verdad sagrada las leyendas y exageraciones. Y es que, por mucho que nos parezcan atractivas y magnéticas las teorías de lo oculto, la "aburrida" verdad suele ser siempre la más plausible. La única suerte es que la Mussara ya se encontrara despoblado cuando esta oleada de personas llegaron, ya que si hubiera seguido habitado, sus habitantes hubieran sido estigmatizados de por vida.
Todos los pueblos abandonados tienen una historia común detrás, una mochila de emociones, en gran parte llenas de tristeza y desarraigo, ya que cada despoblado es un proyecto de vida fallido de alguien que lo intentó. Este municipio tarraconense no es más que otro núcleo de economía de subsistencia que se vio arrasado por las nuevas comodidades que ofrecían las poblaciones cercanas.
Las ranas son y serán el alma de la Mussara
A pesar de lo mencionado anteriormente, la Mussara es un excelente banco de pruebas si nos queremos dejar llevar por las leyendas y el misterio, aunque para ello deberíamos de saber desconectar nuestro lado más racional y tratar de asimilar las leyendas como historias vivas y ciertas, algo que no es fácil de lograr. En caso de lograrlo, podremos disfrutar de una emocionante y grata experiencia en los paisajes desolados del despoblado. Tal vez, si coincide nuestra visita con un día de niebla espesa, sea nuestra cabeza la que nos juegue una mala pasada y demos por válidas las teorías más paranormales que envuelven el lugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario