Corría el año 1986, con medio mundo todavía temeroso por las consecuencias del desastre de Chernobyl, otro cataclismo comenzaba a gestarse en las cercanías de la frontera entre Francia y España. En un parking de la localidad francesa de Le Perthus, colindante con el paso fronterizo gerundense de La Junquera, un coche comenzaba a arder peligrosamente. Sin que nadie pueda impedirlo, el fuego hace arder los aledaños del aparcamiento y se encañona con fuerza hacia los bosques cercanos, espoleado por el fuerte viento. Tras el aviso, medios franceses comienzan las labores de extinción, pero ya es demasiado tarde. El fuego, que durará cinco días, acabará quemando una extensión total de 26.000 hectáreas.
Conforme pasan los minutos, la situación se descontrola, y las llamas rebasan la frontera encaminándose hacía el interior de Cataluña. En vista de la situación, los medios españoles disponibles se unen al operativo francés, pero no todos pueden unirse, pues la tramontana (viento característico de la zona) hace imposible la movilización de medios aéreos.
Con rachas superiores a los 120 km/h, el viento continua extendiendo el fuego, a la par que dificulta las operaciones de extinción. A pesar de las advertencias, un avión francés con base en las cercanías de Marsella, trata de combatir el fuego desde el aire. La aeronave, un Douglas DC-6 reconvertido en cisterna, vacía sus depósitos sobre la cortina de humo que ya se extiende a lo largo de varios kilómetros. Pero por desgracia, solo consigue hacer una descarga, ya que se estrella en un bosque cercano a la localidad catalana de Requesens.
Tras horas de intentos fallidos, los equipos de emergencia llegan a la zona, y confirman el accidente y sus fatales consecuencias.
El incendio, tras arder durante más de 100 horas, se convierte en uno de los peores de la historia catalana. En un verano cálido y con pocas precipitaciones, varios incendios secundarios acompañan al incendio de Le Perthus en esas fechas.
Han pasado cuatro décadas, y aunque parezca mentira, los restos del aparato siniestrado permanecen impasibles en casi la misma posición en la que quedaron aquella tarde de verano de 1986.
El acceso, algo complicado de realizar con un vehículo normal que no disponga de algo de altura, se puede realizar desde las localidades de Cantallops o Requesens. No son pocos quienes se aventuran a dejar el vehículo en una de estas dos poblaciones y realizan el camino a pie.
El paisaje de la zona está compuesto de abundante y variada flora y fauna, destacando los alcornocales destinados a la producción de corcho que abundan en la zona. El silencio se hace presente en la pista que recorre ondulante por la ladera del monte alternando espacios de sombra y sol directo e intenso.
A menos de cinco kilómetros del pueblo de Requesens, una placa en la pista delata la ubicación cercana de los restos del avión. Por desgracia, la placa ha sufrido el paso del tiempo y apenas es legible a simple vista.
Cualquiera de los visitantes que no presten atención a los detalles, pasarán de largo junto al avión sin darse cuenta, ya que la naturaleza lo ha engullido, integrándolo como un elemento natural más. Tal vez, con el paso de otros decenios, el suceso quede olvidado para siempre.
Es indescriptible la sensación que produce la primera vez que encuentras una escena semejante. El cerebro no es capaz de procesar la imagen de un avión incrustado en la ladera de una montaña. Además, los componentes de la parte trasera se encuentran en un relativo buen estado para los años que llevan a la intemperie. Por desgracia, los típicos vándalos no han tenido piedad con él, "decorando" con sus nombres la escena. Aun así, la serigrafía del avión y otros detalles son perfectamente identificables.
Cabe recordar que este avión fue modificado para su servicio en la extinción de incendios, por lo que los únicos asientos eran los de la tripulación, siendo destinado el resto del aparato a contener un enorme depósito de 12000 litros que cargaba en tierra.
Si seguimos ascendiendo por la empinada ladera, observaremos una sucesión de piezas en peor estado, ya que el impacto se produjo con la parte delantera, que quedó prácticamente desaparecida.
Sin lugar a dudas, una de las piezas más impresionantes que quedan en el lugar son los motores, cuatro en el caso del Douglas, que portaban unas hélices, cuyas aspas parecen haberse volatilizado con el impacto.
A escasos metros de los restos principales, aún se pueden encontrar partes de las alas en buen estado de conservación.
A pesar de las impresionantes imágenes que podemos obtener en la escena del accidente, una de las cosas que más llaman la atención es el sonido que provoca el timón del aparato, que al ser movido por el viento, que aumenta la sensación de abandono y aporta un halo tétrico al ambiente.
Del accidente del Douglas DC.12 podemos aprender varias lecciones importantes. Una de ellas es la peligrosidad de los incendios forestales y sus consecuencias. Hay que reflexionar muy y mucho sobre los planes de incendios, y por supuesto, ser conscientes de que los fuegos se apagan en invierno con la prevención, para que en verano no sucedan estos desastres. Miles de vidas de la fauna salvaje, así como miles de hectáreas de bosque y otras áreas podrían salvarse con una mayor inversión y una mejor gestión de las entidades responsables.
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