Los Alfaques (Tarragona)
El municipio de Alcanar, anclado en un paraíso costero, envuelto en el olor a salitre y rodeado de la exuberante flora y fauna del Delta del Ebro, esconde una de las mayores tragedias ocurridas en un camping de toda Europa. Un accidente, borró de la faz de la tierra la casi totalidad del recinto, con todos aquellos que disfrutaban de sus vacaciones en su interior.
El 11 de julio de 1978, pasado el mediodía, un camión de la empresa Enpetrol, comienza su ruta desde Tarragona transportando su cisterna cargada con 25000 litros de Propileno, un gas licuado altamente inflamable. El viaje transcurre con normalidad, hasta que una serie de factores desencadenan el accidente. El conductor, cambia su itinerario debido a que no llevaba dinero encima para pagar el peaje de la autopista, lo que le lleva a recorrer la costa por la carretera nacional N-340 hasta su destino, Alicante. El transporte pasa por la turística y abarrotada ciudad de Sant Carles de la Rápita, en la que en ese momento veranean unas 20000 personas, todas apostadas a ambos lados de la carretera nacional.
En torno a las 14:30, el transporte ha sobrepasado Sant Carles y se aproxima al camping Los Alfaques, situado entre el mar y la carretera. Una serie de factores humanos y ambientales se alinean para crear una auténtica masacre. El sobrellenado de la cisterna, tasado en unos 6000 litros de más, y el calor propio de julio, hacen que el Propileno comience a dilatarse en el interior del transporte, creando sobrepresiones inaguantables para las paredes del depósito. En un momento dado, los materiales ceden y la cisterna estalla en varias partes, elevándola como si de una pluma se tratara. En su inesperado viaje aéreo, la cisterna derrama todo el material inflamable a ambos lados de la carretera, pero sobre todo hacia el lado Este, donde se encuentran los campistas. Una gran bola de fuego arrasa la zona en un amplio perímetro, convirtiendo el camping en un infierno.
El fuego, convertido en una ráfaga que todo lo arrasa, calcina todo lo que encuentra a su paso, incluyendo las numerosas bombonas de gas de la que disponen los campistas en sus parcelas, provocando una reacción en cadena que parece no tener fin.
La nube abrasiva llega a entrar en contacto con el mar, donde vaporiza el agua imposibilitando la huida de los escasos campistas que trataron de saltar al agua como última alternativa. La investigación posterior de lo sucedido cifraría en 2000ºC la temperatura alcanzada. Para hacernos una idea, el hierro tiene una temperatura de fusión de 1538ºC.
Inevitablemente, la llamarada destruye estructuras y a sus moradores, matándolos en el acto o dejándolos gravemente heridos.
El 7 de agosto de 1996, la furia de la naturaleza estalló en forma de tormenta. A media tarde, y como era habitual en los días de verano, las corrientes de las montañas se alteraban generando células tormentosas. Los rayos, predecesores de la que se avecinaba, dejaron cortes de luz intermitentes en la zona, y la señal de televisión desapareció inmediatamente (algo muy habitual en la zona en aquella época). El sol se cubrió rápidamente y centenares de litros de agua se precipitaron de manera violenta sobre Biescas y sus alrededores.
Para algunos, la tormenta fue un espectáculo más del pirineo, pero para los moradores del camping, los problemas asociados al fenómeno atmosférico empeoraban sin cesar.
Muchos de los campistas eran habituales de la zona, y ya conocían el clima cambiante del Pirineo, pero aun así, la situación comenzó a sobrepasarles. El agua comenzó a recorrer los valles superiores que alimentaban el Arás. A escasos centenares de metros del camping, la fuerza del agua comenzaba a mover las primeras piedras en los tres pueblos que dan nombre a sus respectivas cuencas (Aso, Yosa y Betés). Conforme la tormenta iba recrudeciéndose, los materiales arrastrados crecieron en velocidad y tamaño. El aluvión de piedras y troncos de árboles se desplazaba rápidamente hacia su estrecha salida, justo encima del camping Las Nieves.
El agua, ya imparable, dio sus primeros avisos en el camping desbordando el barranco y muchos de los usuarios de las estructuras más débiles comenzaron a refugiarse en los edificios del camping, incluso muchos de ellos se trasladaron a Biescas en busca de refugio y para tratar de olvidar la tensión creciente que se vivía en el camping.
Algunos de los testigos que aguantaron en sus parcelas, narran que una gran ola arrasó todo lo que se interponía en su camino. El agua, que ya sonaba como una catarata, empujó hacía el río Gállego caravanas, coches, tiendas y, por supuesto, personas. El camping sucumbió ante el caos de la riada.
A los pocos minutos, las voces de alerta comenzaron a llegar a Biescas, y decenas de particulares se desplazaron en sus coches a los alrededores del camping, donde las primeras escenas desgarradoras comenzaban a dibujarse. Para desgracia de los que luchaban por encontrar a sus familiares, la noche cayó fulminante sobre lo poco que quedaba en pie. La lluvia, incesante, convirtió en un infierno la zona asolada por la riada.
Mientras varios de los campistas eran rescatados y asentados en el pabellón y la residencia del pueblo, muchos particulares no dudaron en acoger a aquellos que deambulaban por las calles del hasta entonces tranquilo pueblo todavía desorientados. El trasiego de sirenas fue incesante toda la noche trasladando heridos a los hospitales de Huesca, Jaca y cualquier lugar donde existiera la más mínima atención médica.
Pese a la confusión y las noticias cruzadas, el amanecer demostró la magnitud de la tragedia.
Los trabajos de auxilio se extendieron en el tiempo, puesto que muchas personas habían quedado atrapadas. Además, muchos campistas se encontraban a lo largo del río Gállego aferrados a la vegetación de las orillas, luchando por no sucumbir a la potente corriente que éste había adquirido.
El aluvión arrastró a sus anchas todos los elementos móviles del camping hasta la localidad cercana de Sabiñánigo, donde quedaron varados en una presa. El funesto recorrido de los enseres y cadáveres recorrió unos 12 kilómetros a través del desbocado río.
Mientras, en la zona del camping, supervivientes y curiosos observaban como la fuerza del agua había "trasladado" el camping al otro lado de la carretera, provocando incluso el corrimiento del asfalto, atrapando a personas bajo el deslizamiento.
Las listas de desaparecidos aumentaban y disminuían, puesto que las autoridades se vieron desbordadas ante el ingente número de heridos y fallecidos. En Jaca, una de las localidades más importantes de la zona, la pista deportiva de hielo fue la morgue improvisada elegida para el reconocimiento de los cadáveres.
El balance total de la tragedia se saldo con 86 muertos en un principio, ya que un cadáver tardó más de un año en aparecer, aprisionado bajo unas enormes rocas, llegando al resultado final de 87 personas muertas. Por otra parte, los heridos llegaron casi a los 200. Según cálculos estimativos, el camping albergaba unas 500 personas en el momento de la catástrofe.
En los días posteriores, se consiguió identificar a la totalidad de las víctimas, y las familias regresaron a sus lugares de origen.
Tras meses de investigación, apenas se dilucidaron responsabilidades, pero se llegó a la conclusión que el camping nunca debería de haberse edificado en una cuenca fluvial tan peligrosa. De hecho, el barranco de Arás ya había dado avisos previos de su peligrosidad en 1913 y 1929. A pesar de que muchos informes técnicos recomendaban no urbanizar en la zona, el auge del turismo y la edificación voraz pudo más que la sensatez de una tragedia que se podía haber evitado.
Meses después de la catástrofe, se reforzaron las presas y los muros de contención a lo largo de todo el cauce, incluso se construyó otro brazo de desagüe que bordea el camping en su zona sur, para prevenir de las inciertas pero seguras riadas en el futuro.
A día de hoy, aun son visibles estructuras reconocibles del camping. La recepción, los baños, la delimitación de las parcelas y un sencillo homenaje presiden la zona en un estado de abandono total.
¡¡¡¡IMPRESIONANTES LOS ARTÍCULOS !!!
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