lunes, 12 de julio de 2021

Del sueño a la pesadilla: Los campings de la tragedia

 

A veces, los lugares más bellos esconden tragedias que el tiempo se ha encargado de difuminar y borrar paulatinamente, aunque en ocasiones, perduran en la memoria inalterables para los afectados. 

Los Alfaques (Tarragona)

El municipio de Alcanar, anclado en un paraíso costero, envuelto en el olor a salitre y rodeado de la exuberante flora y fauna del Delta del Ebro, esconde una de las mayores tragedias ocurridas en un camping de toda Europa. Un accidente, borró de la faz de la tierra la casi totalidad del recinto, con todos aquellos que disfrutaban de sus vacaciones en su interior. 

El 11 de julio de 1978, pasado el mediodía, un camión de la empresa Enpetrol, comienza su ruta desde Tarragona transportando su cisterna cargada con 25000 litros de Propileno, un gas licuado altamente inflamable. El viaje transcurre con normalidad, hasta que una serie de factores desencadenan el accidente. El conductor, cambia su itinerario debido a que no llevaba dinero encima para pagar el peaje de la autopista, lo que le lleva a recorrer la costa por la carretera nacional N-340 hasta su destino, Alicante. El transporte pasa por la turística y abarrotada ciudad de Sant Carles de la Rápita, en la que en ese momento veranean unas 20000 personas, todas apostadas a ambos lados de la carretera nacional.  

En torno a las 14:30, el transporte ha sobrepasado Sant Carles y se aproxima al camping Los Alfaques, situado entre el mar y la carretera. Una serie de factores humanos y ambientales se alinean para crear una auténtica masacre. El sobrellenado de la cisterna, tasado en unos 6000 litros de más, y el calor propio de julio, hacen que el Propileno comience a dilatarse en el interior del transporte, creando sobrepresiones inaguantables para las paredes del depósito. En un momento dado, los materiales ceden y la cisterna estalla en varias partes, elevándola como si de una pluma se tratara. En su inesperado viaje aéreo, la cisterna derrama todo el material inflamable a ambos lados de la carretera, pero sobre todo hacia el lado Este, donde se encuentran los campistas. Una gran bola de fuego arrasa la zona en un amplio perímetro, convirtiendo el camping en un infierno. 


Mapa ilustrativo de la explosión

El fuego, convertido en una ráfaga que todo lo arrasa, calcina todo lo que encuentra a su paso, incluyendo las numerosas bombonas de gas de la que disponen los campistas en sus parcelas, provocando una reacción en cadena que parece no tener fin. 

La nube abrasiva llega a entrar en contacto con el mar, donde vaporiza el agua imposibilitando la huida de los escasos campistas que trataron de saltar al agua como última alternativa. La investigación posterior de lo sucedido cifraría en 2000ºC la temperatura alcanzada. Para hacernos una idea, el hierro tiene una temperatura de fusión de 1538ºC. 

Inevitablemente, la llamarada destruye estructuras y a sus moradores, matándolos en el acto o dejándolos gravemente heridos. 





En pocos segundos, el caos se apodera de la zona, vecinos del lugar y supervivientes, comienzan a buscar restos de vida en el camping, aunque en la mayoría de casos sus esfuerzos fueron en vano, pues poco se podía hacer ya por los damnificados. 
Decenas de coches particulares comenzaron a trasladar a los heridos de distinta consideración a los hospitales, puesto que los servicios de emergencia tardaron unos 45 minutos en llegar a la zona del accidente. Por otra parte, los cadáveres que se encontraban diseminados por una amplia extensión, eran introducidos en bolsas para su posterior identificación.
De las 800 personas que estaban inscritas y alojadas en el camping, se calcula que la explosión afecto a más de la mitad, unas 500. El saldo resultante de víctimas ascendió a 217 muertos, y unos 300 heridos. Milagrosamente, el azar o el destino logró que algunos de los campistas afectados consiguieran salvarse por centímetros o segundos de morir alcanzados por la deflagración. 



Como muestran las imágenes, debió de resultar casi imposible salvarse de una muerte más que previsible.
Pero no solo el camping se vio afectado, algunas casas y una discoteca cercana quedaron completamente destruidas, en el otro lado de la carretera, dejando un panorama devastador. 
Para mayor desolación de los supervivientes y familiares de las víctimas, llegó el momento de identificar a las víctimas. 
El cementerio de Tortosa, fue el escenario macabro de las ruedas de identificación. Más de 100 ataúdes se dispusieron en línea con los restos carbonizados de los habitantes eventuales del camping, bañados en un producto químico para evitar su descomposición. En algunos casos, el estado de los cuerpos imposibilitó el reconocimiento de los familiares, y posteriormente algunos fueron enterrados en una fosa común. 
Para comprender la épica labor de reconocer los cadáveres, tenemos que pensar que los procedimientos forenses no eran tan avanzados como en la actualidad, además del elevado número de fallecidos. Algunos de los especialistas que trabajaron en el lugar cuentan que hicieron la autopsia a una sandía pensando que era una cabeza humana, puesto que era incluso difícil reconocer algunas partes de los cuerpos.

Vista del antiguo cementerio de Tortosa

En la actualidad, todo ha cambiado. El camping (que nunca llegó a cerrar completamente) permanece abierto a día de hoy. Es más, muchos de los que allí se hayan alojados no conocen la historia de un accidente del que apenas quedan huellas visibles. 

Vista frontal del camping en la actualidad

La fachada, apenas ha tenido cambios en estas décadas, y mantiene una morfología similar a la del camping original. De hecho, la carretera nacional sigue pasando justo por delante de su entrada principal. Cabe resaltar, que este cúmulo de negligencias que llevaron al desastre, forzaron a las autoridades a crear un marco legal estricto en cuanto al transporte de mercancías peligrosas por carretera. A día de hoy, sería casi imposible pasar por un núcleo urbano con un camión sobrecargado como antaño. 





Una vez en el interior, la tranquilidad y la normalidad que se respira, no hace intuir al visitante los hechos anteriormente narrados. El camping ha sido remodelado en varias fases ofreciendo un aspecto apetecible para los campistas, que vuelven a llenar sus parcelas. 


Memorial por las víctimas

En la parte sur del camping, un humilde memorial adosado a uno de los edificios es el único recuerdo de lo que allí aconteció.  
Aunque la gente de la zona ha preferido digerir la tragedia y pasar página, el camping cuenta con numerosas visitas "extra" de personas interesadas en la conexión de lo allí sucedido y el terreno de lo puramente paranormal. Algunos reconocidos programas de televisión y radio se han hecho eco de las multitudes de visiones recogidas de boca de muchos testigos presenciales. Quizá, la más conocida es una aterradora aparición que se proyecta en la carretera colindante. Siempre de noche, en el silencio de la oscuridad, un grupo de personas, incluidos niños y niñas de corta edad, pertrechados con artículos de playa, recorren las inmediaciones del camping ante los asombrados conductores que los han observado.
Los atónitos testigos, afirman que las presencias no poseen cara, sino un rostro desfigurado y oscuro como el carbón. 
En la playa que baña todo el camping, donde el agua se convirtió en vapor azuzada por las llamas, también se han avistados ruidos de pisadas y siluetas humanas deambulando por la playa.  Evidentemente, si hacemos caso a las teorías poco convencionales que afirman que en los lugares de grandes tragedias algo queda anclado, este enclave tiene que ser un punto seguro de avistamientos  paranormales. 





Camping "Las nieves" (Huesca)

Construido junto al emblemático pueblo de Biescas, en pleno pirineo, se encontraba uno de los campings más conocidos (por desgracia) de los años 90. 
El conjunto turístico estaba protegido al oeste por las faldas empinadas de la montaña, con abundantes bosques de coníferas y robledales, y mecido al este por el río Gállego, que atraviesa el fondo del valle y que tiene su nacimiento en el alto pirineo. Conectando los dos espacios, el barranco de Arás era un conjunto de represas y escalones, construidos durante el franquismo para defender a la población cercana de posibles inundaciones. Los propios muretes del barranco, delimitaban el camping en su fachada norte, desde donde se podía apreciar los tejados de pizarra de Biescas situado apenas un kilómetro aguas arriba del Gállego.


Foto del camping en pleno funcionamiento (fuente: blogcamping.com)

El camping era un recinto bien cuidado y con una ubicación excelente, convirtiéndolo en un espacio ideal para pernoctar cerca de las grandes cordilleras del Pirineo.
Tras el edificio principal, se encontraban hileras en de parcelas en forma ascendente, acoplándose a la inclinación de la montaña. Un entorno idílico en el que cientos de personas disfrutaban de sus vacaciones que pronto se convirtió en un infierno. 


Barranco de Arás


El 7 de agosto de 1996, la furia de la naturaleza estalló en forma de tormenta. A media tarde, y como era habitual en los días de verano, las corrientes de las montañas se alteraban generando células tormentosas. Los rayos, predecesores de la que se avecinaba, dejaron cortes de luz intermitentes en la zona, y la señal de televisión desapareció inmediatamente (algo muy habitual en la zona en aquella época). El sol se cubrió rápidamente y centenares de litros de agua se precipitaron de manera violenta sobre Biescas y sus alrededores. 

Para algunos, la tormenta fue un espectáculo más del pirineo, pero para los moradores del camping, los problemas asociados al fenómeno atmosférico empeoraban sin cesar. 

Muchos de los campistas eran habituales de la zona, y ya conocían el clima cambiante del Pirineo, pero aun así, la situación comenzó a sobrepasarles. El agua comenzó a recorrer los valles superiores que alimentaban el Arás. A escasos centenares de metros del camping, la fuerza del agua comenzaba a mover las primeras piedras en los tres pueblos que dan nombre a sus respectivas cuencas (Aso, Yosa y Betés). Conforme la tormenta iba recrudeciéndose, los materiales arrastrados crecieron en velocidad y tamaño. El aluvión de piedras y troncos de árboles se desplazaba rápidamente hacia su estrecha salida, justo encima del camping Las Nieves. 

El agua, ya imparable, dio sus primeros avisos en el camping desbordando el barranco y muchos de los usuarios de las estructuras más débiles comenzaron a refugiarse en los edificios del camping, incluso muchos de ellos se trasladaron a Biescas en busca de refugio y para tratar de olvidar la tensión creciente que se vivía en el camping.

Algunos de los testigos que aguantaron en sus parcelas, narran que una gran ola arrasó todo lo que se interponía en su camino. El agua, que ya sonaba como una catarata, empujó hacía el río Gállego caravanas, coches, tiendas y, por supuesto, personas. El camping sucumbió ante el caos de la riada. 

A los pocos minutos, las voces de alerta comenzaron a llegar a Biescas, y decenas de particulares se desplazaron en sus coches a los alrededores del camping, donde las primeras escenas desgarradoras comenzaban a dibujarse. Para desgracia de los que luchaban por encontrar a sus familiares, la noche cayó fulminante sobre lo poco que quedaba en pie. La lluvia, incesante, convirtió en un infierno la zona asolada por la riada. 


Voluntarios y profesionales colaboraban en el rescate

Mientras varios de los campistas eran rescatados y asentados en el pabellón y la residencia del pueblo, muchos particulares no dudaron en acoger a aquellos que deambulaban por las calles del hasta entonces tranquilo pueblo todavía desorientados. El trasiego de sirenas fue incesante toda la noche trasladando heridos a los hospitales de Huesca, Jaca y cualquier lugar donde existiera la más mínima atención médica.

Pese a la confusión y las noticias cruzadas, el amanecer demostró la magnitud de la tragedia.


Fuente: Antena3

Los trabajos de auxilio se extendieron en el tiempo, puesto que muchas personas habían quedado atrapadas. Además, muchos campistas se encontraban a lo largo del río Gállego aferrados a la vegetación de las orillas, luchando por no sucumbir a la potente corriente que éste había adquirido.

El aluvión arrastró a sus anchas todos los elementos móviles del camping hasta la localidad cercana de Sabiñánigo,  donde quedaron varados en una presa. El funesto recorrido de los enseres y cadáveres recorrió unos 12 kilómetros a través del desbocado río. 


Restos de caravanas orientados hacia el río

Mientras, en la zona del camping, supervivientes y curiosos observaban como la fuerza del agua había "trasladado" el camping al otro lado de la carretera, provocando incluso el corrimiento del asfalto, atrapando a personas bajo el deslizamiento. 



Miembros de rescate recuperando los cuerpos bajo el asfalto

La tragedia se vio amplificada por los materiales de arrastre, que rompieron las finas paredes de los vehículos campistas, negando cualquier posibilidad de supervivencia. Cuando las piedras no hacían añicos las estructuras, eran los troncos los que penetraban en las caravanas, y el fango las saturaba en segundos. 




Las listas de desaparecidos aumentaban y disminuían, puesto que las autoridades se vieron desbordadas ante el ingente número de heridos y fallecidos. En Jaca, una de las localidades más importantes de la zona, la pista deportiva de hielo fue la morgue improvisada elegida para el reconocimiento de los cadáveres. 

El balance total de la tragedia se saldo con 86 muertos en un principio, ya que un cadáver tardó más de un año en aparecer, aprisionado bajo unas enormes rocas, llegando al resultado final de 87 personas muertas. Por otra parte, los heridos llegaron casi a los 200. Según cálculos estimativos, el camping albergaba unas 500 personas en el momento de la catástrofe. 

 En los días posteriores, se consiguió identificar a la totalidad de las víctimas, y las familias regresaron a sus lugares de origen. 


Vista general del edificio principal y sus alrededores

Tras meses de investigación, apenas se dilucidaron responsabilidades, pero se llegó a la conclusión que el camping nunca debería de haberse edificado en una cuenca fluvial tan peligrosa. De hecho, el barranco de Arás ya había dado avisos previos de su peligrosidad en 1913 y 1929. A pesar de que muchos informes técnicos recomendaban no urbanizar en la zona, el auge del turismo y la edificación voraz pudo más que la sensatez de una tragedia que se podía haber evitado. 

Meses después de la catástrofe, se reforzaron las presas y los muros de contención a lo largo de todo el cauce, incluso se construyó otro brazo de desagüe que bordea el camping en su zona sur, para prevenir de las inciertas pero seguras riadas en el futuro. 

A día de hoy, aun son visibles estructuras reconocibles del camping. La recepción, los baños, la delimitación de las parcelas y un sencillo homenaje presiden la zona en un estado de abandono total. 


Memorial 











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